sábado, 1 de septiembre de 2007

Divine Light, by Carol Matthews.




Caravaggio








Divine light


Divine is the lihgt, glistening all around.
Divine is the gratitude, for each heart pound.

Divine is the yearning for eternal song.
Divine is the emptiness from which I long.

Divine is every whisper calling from my heart.
Divine is the feeling from which I never want to part.

Divine are the tears that fall from my eyes with joy.
Divine is unconditional love we can not destroy.

Divine is the sweet caress of each silent wish.
Divine is knowing, feeling, tasting the meaning of bliss.

Divine is when I glimpse again the infinite space.
Divine is feeling what it is to be in grace.

Divine is calling from my heart , come with me.
Divine is there to save me from all illusiory.

Divine is what I find inside when I choose to go within.
Divine is a place that knows no suffering .

Divine is something precious I might not have known.
Divine is what has come from the seed sewn.

Divine is the giver who planted this seed in me.
Divine is the essence of what it is to BE.



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martes, 27 de febrero de 2007

La O disyuntiva prefiere a Rita May




 de Viktor Lyapkalo



Rita May era una amiga que preferia la O disyuntiva a la certeza absoluta y trataba de cambiar el mundo en consecuencia. O eso quiso de verdad. Fue durante años una vieja dama gloriosamente indigna de corazón lozano. Sabía darle alegrías al cuerpo.
Nos veíamos rara vez debido a la distancia geográfica que nos separaba. Cuando la conocí tenía casi setenta otoños y la sensualidad a flor de piel. Seguía haciendo apasionados estragos a capricho. Muerta de risa aseguraba que tenía tres amantes fieles y varios donceles esperándola repartidos por cinco continentes. Era intolerante con los necios no soportaba la estupidez voluntaria ni la mediocridad ni la hipocresía.
De vez en cuando venía a Montreal por motivos profesionales y se quedaba en nuestra casa. Durante esas visitas Rita May narraba con lujo de detalles historias de amor. Amores insólitos al borde de todos los abismos y de todas las pasiones. Sus andanzas eran lecciones magistrales. Maestra  fue del saber escribir. La escuchaba horas de horas absorta envidiando aquellas algazaras fogosas mientras pensaba cómo llegar algún día a la edad de ella tan satisfecha de lo vivido, tan verdadera.
Sabiendo que estaba en casa vino a visitarnos Harry desde New York, un amigo cineasta de Rita May. Admiraba a Nelson desde hacia tiempo y quería saludarle. Ese año Harry, no se llama Harry, hace años había ganado el Oscar por uno de sus documentales. Le recuerdo apuesto galán, nonchalant, simpático, gran sentido del humor, incipientes canas ojos grises hablar pausado de voz honda. Sonriente.
Sospecho que  Rita May y él se habrían amado o por lo menos besado  o abrazado sin respiro más de alguna vez digo yo conociendo a mi amiga.
Harry se quedó en casa una semana de ricas cenas y tertulias hasta el amanecer. Celebraciones por todo y por nada. Simplemente celebrando. 
El día que termino la bohemia y que regresaba a N.Y se levantó temprano para tomar el primer vuelo desde Dorval. Probablemente al recoger algo del ropero rozó de repente el timbre agudísimo de la alarma general. Todos dormían así que corrí escaleras abajo sin darme cuenta de que iba desnuda completamente desnuda y que allí estaba Harry en la entrada, asombrado mirándome.
Oh my God, Harry ! grité yo.
Oh Bego ! exclamó Harry, prisioneros ambos del cul-de-sac al rojo vivo.
Por suerte en aquel entonces, hace años se entiende, presumia yo de jacaranda en flor. Una época cuando las banderas se mantienen en alto y se sostienen solas.
Harry miraba y seguía exclamando : So sorry! Please forgive me Bego ... ah ! Bego... 
I apologize !
Hiperventilando salté no sé cómo, pero salté esquivando a Harry y me metí en el armario donde estaba la caja de la alarma que seguía sonando por todo el vecindario trop chic e iinsustancial. Acrobacia que a simple vista pareciera imposible ¿ verdad? Pues no.
De un manotazo apagué el interruptor antes de que llegara la policía. Lo único que faltaba.
Así en pleno verano, un Agosto de calor obsceno a las cinco de la mañana hora de Montreal, salí literalmente del armario con un abrigo de zorro noruego hasta media pierna, descalza, con el pelo a lo Gilda pero sin peinar, sin maquillar, totalmente al natural en traje de Eva.

Esta secuencia que parece eterna duró en realidad no más cinco minutos.

Nadie se enteró en casa. Nelson, los hijos, Rita May.
O no les apeteció sencillamente levantarse tan temprano.
Ni siquiera Ainka, nuestro espectacular pastor alemán. Siguió tumbado en plan alfombra en el salón sin inmutarse más allá de resoplar un poco. Creyó que yo dominaba la situación. Eso debió imaginar. Por curiosidad de trapecista frustrada, alguna vez después, traté de repetir el numerito desde las escaleras hasta la entrada y concluí que sin la adrenalina a mil de aquella madrugada, o sin la presencia de Harry hubiera sido imposible tal proeza. Estoy segura de que Rita May en mi lugar hubiera aprovechado el momento para bajar la escalera a lo Gloria Swanson en Sunset Boulevard, lenta,  provocativa, sensua,l implacable, magnífica y pulposa, al encuentro de Harry-William Holden.
Entre sofocones abrazos castos hasta cierto punto,  y besos al aire, nos despedimos al fin. Le dije a nuestro amigo que había sido un placer recibirle, que no se preocupara por  la situacion atropellada
Él, sonriente, un punto coquetón,  con aquella voz dijo a lo Dirty Harry ... Don´t worry love, you´ve made my day!

¿ O lo soñé? ,

Esa O disyuntiva ... Rita May ...

Sobresalto aparte, supe años después que mi desnudo integral no lo ha olvidado.
Yo tampoco. Los desnudos integrales  son así, me persiguen.


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B desde el palco con Viktor Lyapkalo y la O disyuntiva que prefiere Rita May.

miércoles, 14 de febrero de 2007

Punto de Fuga, el rubor de la frambuesa






James-Jacques Joseph Tissot




Los vecinos  nos han regalado frambuesas de verdad sin cruces de extraños  sabores. Son pequeñitas irregulares, dulces, ruborosas, perfuman el pensamiento. Placer de dioses olvidado. 
M et Mme. de Valois, así se llaman, suman entre los dos ciento setenta y cinco años. Comparten vida, tierra, casa y hogar desde 1940 aquí mismo a la izquierda del jardín. 
Tuvieron infinidad de hijos, muchos nietos, biznietos. Como en los cuentos, y  otra vez están solos los novios. 
Ella llama a su caballero Val y él la sigue mirando a los ojos.  Parece a simple vista que son viejos amantes que se gustan. 
No me extrañaría que a la luz de las velas se dieran apasionados besos y se juraran una vez más amor eterno.
Él es un hombre fuerte, de semblante normando antiguo, de espalda ancha, no muy alto. Silencioso.
Ella es menuda, coqueta, de manos finas y óvalo gótico. Siempre lleva sombrero.

Entre los dos han creado la huerta más bonita imaginable en medio del jardín. A capricho, donde todo es lo que parece ser. Hasta los tomates, qué alivio, crecen irregulares. En estos tiempos donde se vende la respiración, Monsieur de Valois no vende nada, todo lo da. Lo regala. Dice que para eso siembra. Madame de Valois hace mermelada de rubarbo con moras, o de calabaza con fresas, según su inspiración. Nos solemos ver a principios de Primavera, hasta Noviembre. Ella no sale casi nunca y yo me enclaustro casi siempre. Pero en Octubre, después del veranillo de los indios, recogiendo hojas antes del anochecer nos solemos saludar como corresponde al modo y manera quebecuá, mezcla corsaria de desconfianza Mohawk y seda con terciopelo de Versalles.

Aimez-vous les framboises, Madame B? 

Énormément, Madame de Valois!


De sonrisa en reverencia nos enfrascamos en cuentos de recetas y elixires otoñales, casi susurrados, por si acaso el viento se llevara con las hojas caramelizados secretos. Luego, después de un largo rato entrando el frescor de la tarde nos despedimos con la misma ceremonia rastrillo en mano sin haber recogido una sola hoja.

Ese sería el ritual de otoño que éste año ha empezado antes con el regalo inesperado de las frambuesas. Y cualquier día, pronto, les dejaremos al pie del árbol que acaban de plantar, una botella del mejor néctar del Maipo.

Mme. de Valois se maquilla poco apenas un rouge. Viste sobriamente. Probablemente ha cumplido a rajatabla con los cánones sociales que imponen  cómo y cuándo una mujer debe ir mutando poco a poco en señora.
Pero eso es lo que se ve o lo que se enseña. El otro aspecto, el íntimo, el que importa, casi siempre se lleva oculto. Desde la cuna. 

Mirando a mi vecina pienso en su transformación. En ella empezó por el pelo. Adios cabellera  le dijo un día a su hermosa trenza. Escalofriante amputación. 
Mi vecina se fue bajando poco a poco de los tacones, se enfundó en pulcros trajes de chaqueta, dejó de mirar a los que la miraban y empezó a mirarse únicamente hacia dentro. Hasta que dejó de verse en los ojos de los demás. Pero no le importa porque Val, el amor de sus amores. sigue sembrando y cosechando frutos en ella.

La vida larga de Mme de Valois habrá discurrido dentro de un orden casi perfecto sin mayores sobresaltos. Protegida por la rutina familiar y social, satisfecha dentro de la costumbre no alterada de seguir estando donde se ha nacido sin haber puesto en duda hábitos, creencias, tradiciones. 

No habrá necesitado defender casa y hacienda. Ni se habrá sentido ajena a su paisaje ancestral. No sabrá lo que es arrancarse de raíz de las propias raíces. O que te arranquen. Ni sospechará la atracción del vértigo, ni la temeridad de atreverse a tocar fondo sin saber donde exactamente se sitúa el punto de apoyo en el abismo y desde su insondable oscuridad, tomar impulso y subir y volver a respirar y encontrar en la vulnerabilidad transparente,  el sentido de algún por qué misterioso.

Quién sabe si por todo lo no vivido, no sabido, no dudado, no reído o no llorado Mme. de Valois es una mujer feliz. Quizá haya preferido quedarse a la sombra de una bella apariencia,  pienso mientras la miro en medio de rubarbos, grosellas, calabacines, frutos de la pasión.  Después de mucho cavilar
lo único que tengo claro es la incógnita que nos envuelve.
Hoy quiero asomarme furtivamente el tiempo de una semifusa a su huerta escondida.
A lo mejor  labró caprichosamente su bucólica existencia, o por el contrario atesoró viejas heridas debajo de la armadura, cicatrizadas unas sangrantes todavía otras,  testigos de que existimos en  perdurable intento. 

No podrá suponer Madame de Valois que todo lo escrito  hasta el punto final me lo ha regalado ella con sus frambuesas, con sus brócolis, con su gesto amistoso pero distante al más puro estilo Nouvelle France.
He entrado en casa ya tarde a escuchar música y escribir. 
La música siempre se apropia del alma y equilibra la respiración.  Mi respiración. Las palabras.
Palabras que se escapan siendo más conjuro que poesía, más misterio que estrofa, más victoria que lamento, más cábala que oración. Palabras que encuentran su rima en el sentimiento subyacente sin resolver o  resuelto a jirones en este otro norte repartido; el de las cien razas humanas diferentes que habitamos, sin permiso aborigen,  territorio mohawk, hurón, quebecuá.

Así me ha dejado divagando  un saludo con sabor a frambuesa que recuerda no sé por qué las endrinas, el muérdago. La niebla.

Poco se imaginarán la vecina de al lado la fuerza expansiva del sabor de la frambuesa. 

Mientras tanto ella, a sus ochenta y tantos, seguro que ronronea provocante en brazos de su normando. 


Contagiosa Madame de Valois. 

“ tête à tête “ con Nelson Villagra Garrido para La Revista CineCubano

Nelson Villagra Garrido  ( El Conde ) en  La Última Cena,  de Tomás Gutiérrez-Alea Tomás Gutiérrez-Alea  Nelson Villagra Garrido es chillane...