lunes, 14 de noviembre de 2011

El Amante de Beachy Head

Beachy Head, collage de BZ

 

 


En el recogimiento de mi escritorio la memoria vuela a Seven Sisters en East Sussex. Aparecen magníficos los acantilados blancos que desasosiegan.
Beachy Head es el más alto. A veces el borde alfombrado de musgo verde oscuro se esconde entre nubes y bruma y el mar a sus pies ruge y espera. Ansiosa llegué a la cima cámara fotográfica en mano. Pretendí mirar el abismo vencer el vértigo, y fue imposible. Imposible . Me ahogaba. Apenas el aire poco a poco respirando. Apenas respirando. Me arrastraría, sin darme cuenta, el vacío. No podía apretar el obturador, tenia agarrotadas las manos. Retrocedí arrastrándome por la hierba empapada de sudor muy frío, el corazón latiendo en la boca.
Beachy Head es el peñasco de los suicidas.
Abrazada al suelo imaginé horrorizada, sin querer imaginar, qué pensarán mientras caen quienes no quieren vivir más. Quienes no soportan soledad ni desamor y prefieren traspasar el borde del abismo aterrador que tanto atrae. Rogué a un dios misericordioso que borre de la conciencia culpas y lagrimas en ese traspiés. Que elimine el último intento de querer vivir, de no seguir cayendo y cayendo y cayendo sin fin al abrazo con la muerte, sin poder escapar.
Sobre el musgo y algunas florecillas silvestres casi de noche me aferré como un ovillo a la hierba recogida sobre mí misma, estremecida el alma, llorando, no queriendo ver ni pensar nada aferrada a la esperanza de un más allá redentor al final del salto al vacío contra uno mismo, contra las olas de la mar.
A lo lejos, en el jardín del faro, recuerdo que había dos cerezos rojos como la sangre iluminando la niebla en la noche. El farero un hombre de edad indefinida, alto, huesudo, de romántica cabellera canosa, era de pocas palabras afable y tranquilo vivía solo . Sus ojos muy claros se posaban en mí igual que los de un Águila Real. Nada se le escapaba .
Dicen que hace muchos muchos años salvó a una joven al borde mismo de Beachy Head y que se amaron con locura. Cuentan que una noche ella salió a pasear desnuda por los acantilados solitarios. No tardaría en regresar. Era una costumbre, lo había hecho tantas veces antes. Acarició el rostro de su amado, le besó lenta, tiernamente y dejando la puerta entornada se fue a mirar las estrellas, dijo, donde mejor se ven en Seven Sisters.
No regresó aquella madrugada, ni la siguiente. Ni nunca más. Desapareció en la niebla. El farero la buscó en los bosques aledaños, entre los peñascos, entre las olas, en la espuma de la mar.
Roto de dolor revolvió piedra a piedra la playa dorada, taladró la cal, la roca viva, cribó la arena y las algas, y nada encontró. Ni rastro. Ninguna huella de la amada.
Ahora vive mirando de noche el borde de Beachy Head. Buscándola. En el faro el tiempo pasa de otra manera. Todo es distinto.
Hay quién dice que es una historia inventada, que son delirios de una mente trastornada por el abismo de los acantilados por el vértigo por los vendavales del Norte, por las tempestades del Atlántico impetuoso que azota el faro.
Por su insondable soledad. Por su amor inmortal digo yo.
Al pensar en él sé que el amante de Beachy Head nunca cesará de esperar aquella mujer noche tras noche hasta el amanecer. Hasta volver a abrazarla.
Cosas de la imaginación dicen.
Sé que no, así es el amor inmortal.

jueves, 10 de febrero de 2011

La Inmortal. To my father.

               La inmortal Adolf Anderssen - Lionel Kieseritzky Londres, 1851 Gambito de Rey






Mi padre aprendió tan noble arte durante " las sacas "  esperando el fusilamiento al amanecer en la prisión de Cartagena 1937-38. 
Era  prisionero de guerra y fue condenado a muerte en plena Guerra Civil Española. 
Su crimen era ser vasco y nacionalista. 
Durante un año jugó todos los días partidas inconclusas. Mortales.
Cuenta en sus Memorias que al otro lado de la celda estaba el paredón donde retumbaban las descargas de los fusiles. Así noche tras noche se iba quedando con el tablero y el último abrazo del compañero.
Fue  un hombre sin rencor ni resentimiento, enamorado de la vida, inteligente, íntegro. 
Summa cum magna en mundología ganada a pulso a lo largo de su rocambolesca vida. 
Nunca buscó honores ni  aplausos. Daba a manos llenas cuando tuvo y cuando no tuvo tanto. 


Me enseñó,  sin despliegue de prédicas, a rebotar cuando se toca fondo, a echar a la papelera lo que no sirve, a cerrar la puerta cuando hay que cerrarla sin mirar atrás.
Aprenderás  dijo grandes lecciones de vida; ganar o perder con el alma tranquila. 
A esperar sin temor la próxima partida.
Jugó campeonatos varios. Decían que era imbatible. 
Le gustaba sobre todo competir con su gran amigo Alberto Iñiguez de Onzoño y  Don Urbano, maravillosa persona, párroco de un pueblito en la provincia de Salamanca. Ambos auténticos campeones. Hacían de las noches días. Absortos. 


Gran honor es aprender a perder en el más noble de los juegos decia my father.


Begoña, preguntaba el pícaro, en qué cuadro prefieres el jaque mate. 

Le hubiese podido saltar a la yugular ... 
A la postre el desafío era aprender  a mantener la calma. 
Siempre jugué para ganar sin conseguirlo. Tuvimos desde el principio el compromiso de que no me regalara jamás una partida. Así fue. Diríase que podía jugar con los ojos cerrados. Fascinante. 
Cumplió a rajatabla su compromiso de honor conmigo de no regalarme la partida. Nunca.

Cuando viajó por última vez a Montreal trajo su pluma, el ajedrez de toda la vida y las Memorias escritas a mano en euskera y en castellano. 

Recuerdo a mi padre  sonriente frente al tablero en su caserío de Mundaka mirando la mar. 
Guardo su diario, escribo con su pluma, y procuro reírme de lo que se reía.
Ahora entiendo porqué tanto escepticismo político porqué tanto desencanto.
Ahora entiendo porqué callaba y sonreía  cuando tantos pontificaban.
Ahora entiendo porqué era un hombre sin miedo.
Ahora entiendo todo lo que no  puedo nombrar.
Y también entiendo que no importa.

Hay veces que juego al ajedrez una partida imaginaria e Inmortal con mi padre.



“ tête à tête “ con Nelson Villagra Garrido para La Revista CineCubano

Nelson Villagra Garrido  ( El Conde ) en  La Última Cena,  de Tomás Gutiérrez-Alea Tomás Gutiérrez-Alea  Nelson Villagra Garrido es chillane...