miércoles, 11 de noviembre de 2015

Doncella tocando el piano

Carl Vilhem Holsoe,  Lady playing the piano


Tengo a bien escribiros este mensaje.
Es  tal el abandono de mi pobre alma, Monsieur de MontMorency, que seguir penando no quiero. 
Si  enamorarme no pretendisteis pues teníais esposa para qué vuestro asedio, vuestras  cartas lacradas,  porqué  revivir esa pasión que no consume ningún  fuego;  como si fuese ayer .
El eco de vuestro nombre retumba en  torreones y estancias.
Sin tregua mi  desvelo espera siempre vuestra llegada,  el furtivo encuentro.
Dicen que las riendas de vuestro corcel son cadenas de plata que llevan inscritos en cada eslabón  el nombre de una doncella.
Me  sonreísteis  aquella primera vez  entre las velas;  cuando empezó todo.
Siento dentro vuestra voz  pausada, escucho el clamoroso  silencio, siento  vuestros dedos en las flores que adornaban mis trenzas recogidas en la nuca.
Solo vos resplandecíais entre los comensales del gran salón. 
Solo vos, mirándome. Con una cinta  seda acaricié nerviosa mis labios. 
No sabía qué  hacer con las manos. 
El corazón  latía sigiloso por miedo a que se notara su desasosiego.
Mis padres,  vuestros anfitriones, llegada la hora se retiraron a sus aposentos.

En el mío esperábais vos.
Aquella noche, hace ya tanto tiempo.

Poco podría importar que fuera la única del resto de mi vida.

 

                                       
                                                      Casandra  de Clarenbaum

viernes, 4 de septiembre de 2015

Trapecio metafísico al amanecer

 de Louise Bourgeois










La letras botan se repiten se mezclan a su antojo. 


Apoyo los dedos con el mismo ritmo con la misma cadencia en el teclado.

La razón  se agazapa en su fortaleza. No quiere salir asoma, disimula, se esconde.

El pensamiento resbala por el tobogán trata de poner orden en lo que se subleva.
Hay desproporción en las ausencias, asimetría entre lo tangible y lo que se diluye.

Hay descompostura en la conciencia del vacío.

Por la  ventana abierta el frescor del amanecer entra como un cuchillo. 
El manzano sigue en pie, he soñado que una tempestad de viento y agua lo destrozaba y me he despertado sobresaltada. 

El sobresalto pone en estado de vigilia los sentidos.

Esplendor que separa el espacio vacío del  público. 

Seguidor que ilumina la acción.

Me extasía el balanceo de las ardillas, trapecistas metafísicas al amanecer saltando por los cables de alta tensión sin miedo a morir. 

Sin red. Como el vivir.

domingo, 21 de junio de 2015

Keera y las palabras dormidas



Gustav Courbet,  Mujer dormida



Montreal en verano se convierte en vereda tropical  de calor  obsceno. 
Al salir del ensayo  me he sentado a descansar en el primer bistró que he encontrado rue St. Denis.
Estaba agotada, muy incómoda .
En realidad no podía dejar de pensar en lo que había ocurrido hacía precisamente un año día por día. Un recuerdo persecutorio que perdura en la memoria.

Empapada de sudor y de sangre, semidesnuda encontramos Jean y yo a nuestra amiga  Keera aquel día esplendoroso de verano en el suelo de su casa con una daga de plata y empuñadura de marfil clavada en el corazón. 
A sus pies y entre sus manos gasa blanca a borbotones. 
Encima del velador de la habitación había un sobre lacrado con sus iniciales y una fotografía. También la boquilla negra de coral. 
Nada más.


Se llamaba Keera Monahan-Curran,  había nacido en Donegal, Irlanda, de profesión, antropóloga.
Era inteligente y encantadora. Su única fatalidad consistía en no saber elegir a un hombre que la mereciera.  
Coleccionaba individuos  que se aprovechaban de su vulnerabilidad manifiesta.
Demasiado inocente, en extremo generosa fue siempre  presa fácil de los depredadores . 
Los atraía como moscas a la miel que después de usarla la dejaban.
A veces me pregunto cómo sobrevivió en medio de los chacales.
Cómo logró preservar su  inocencia  desarmante.
Keera vivía entre Irlanda y  Montreal. Le interesaba especialmente el proceso independentista de Quebec. 
A orillas del St. Laurent solía reponerse de sus naufragios sentimentales. 
Era una mujer muy querida y admirada en el medio que frecuentábamos y en la Universidad donde enseñaba. El penúltimo zarpazo se lo propinó un revolucionario de salón.
Ella siempre negaba  la evidencia,  creía en la bondad del ser humano. Incluso de los canallas.. 
Lo mismo que  Blanche Dubois también  dependía  de la amabilidad de los extraños .
La aventura dejó a mi queridísima amiga en estado calamitoso.
Para olvidar el percance se fue a Sídney ( Australia) . Pidió un Año Sabático.
Le apetecía conocer el Quinto Continente. Se quedó todo el invierno. Al principio llamaba, escribía; luego no. Luego nada. Como si la hubiese tragado la tierra. 
A  principios del mes de  Julio reapareció inesperadamente en mi casa en medio de la noche.
Nos abrazamos  sin mirar el reloj jubilosas de volvernos a encontrar.
 ¡Mira! y me enseñó orgullosa la alianza de oro en su mano izquierda nada más entrar, te va a encantar mi historia.
Fuimos en pijama  a buscar dos  copas a la cocina y luego  nos sentamos en el balcón a fumar el imprescindible du Maurier.  Un ritual muy nuestro.

Vengo a celebrar contigo  mi adorada Mariette,   me he casado en Melbourne hace tres semanas con el hombre de mis sueños.
No, no me mires con esa cara. Ya sé lo que vas a decir. ¡Ha sido un coup de foudre! qué quieres que haga. Se llama Henry.


Recibí la noticia en el estómago primero,  que es donde recibo casi todas.
Bebí la copa de champagne de una vez.  No sé.  Fue la necesidad repentina de ahogar temores entre burbujas de no estropear el momento, así que bebí y bebí.
"Si el rostro fuese el espejo del alma", dice mi poeta preferido.
"Si el rostro fuera el espejo del alma" tendría que haberla creído a Keera aquella noche.  
Quise creerla.
Dejamos el balcón cuando empezó el relente de la madrugada y nos tumbamos en sendos sillones con el relajo que se siente cuando el cuerpo flota y levita, cuando nada pesa ni siquiera la conciencia; un instante feliz. Solo escuchábamos el tic-tac del Big Ben recordando el tiempo transcurrido.

Dentro de dos semanas llegará,  dijo ella dulcemente.

Tu marido.

Si. Mi marido.

Imagínate  un hombre que dice haberse enamorado de la sutil y fina aureola de luz difusa que envuelve mi alma serena y equilibrada;  y  que procede de la armonía del todo.

¿ Sabes lo que es eso?

Pues no, la verdad. No.

Nadie me había tratado así, Mariette.  Nadie en mi azarosa vida. 

¿ Y a tí? 

Si. Creo que si. 

Cuéntame.

Otro día, la novia hoy eres tú.

Y siguió  hablando en otro tono sobre aprensiones y recelos.
Cosas que  rara vez se dicen y que las entierra inmediatamente  quien las escucha.
Ella escribía a su marido largas cartas de amor todos los días. A veces me las leía.
De misiva en misiva iba poco a poco construyendo una querencia que parecía más que nada obsesión.
Mientras tanto el ausente que siempre estaba viniendo  nunca llegaba.  

Henry se había convertido en éxtasis y en  agonía para Keera.
Pasó el tiempo, más de lo previsto. El viaje se postergaba una y otra vez.
Ella iba transformando en rubia platinada su hermosa cabellera de castaño brillante. 
Se tiño las cejas a juego, se subió a inmensos tacones  desafiando el equilibrio para complacer a su  fantasmagórico amante supuestamente.
Se fue desdibujando. Perdió el estilo. Su estilo.
Pintó la casa de blanco y negro semejante a un tablero de ajedrez.

Un día dijo  que su esposo había llegado  y que necesitaba tiempo para adaptarse al nuevo horario.
Nos pareció normal al principio. Después no.  
Al llegar Henry  Keera  iba eclipsándose.
Apenas llamaba y cuando lográbamos comunicar con ella  no mencionaba a su esposo. 
Evadía el tema. 
De toda evidencia no quería encuentros. 
Conociéndola fui a la Universidad a buscarla sin avisar y nos fuimos  las dos solas a l´Auberge St. Gabriel  a cenar. 

Empezamos hablando de Bourgault y de su importancia en la historia política y social de Quebéc.
Ni una palabra de Henry.. 
Fue una conversación rara por decir lo menos. Angustiosa.
Recordamos a nuestros amigos con quienes habíamos compartido años políticamente rebeldes. 
De  pronto Keera me miró  al borde del llanto.
Hundió la cabeza entre los brazos  y sus sollozos me dejaron muda.
Se levantó rápida con el maquillaje deshecho y salió precipitadamente.

Espérame por favor, dijo.

Y esperé. Esperé largo tiempo.
Esperé en vano. 
No volvió.

No la volví a ver. Esa fue después de casi treinta años de amistad íntima, nuestra última conversación. 

Se perdió en la oscuridad de la noche. Recorrí calles y callejas del Viejo Montreal,
El paseo junto al San Lorenzo. Los muelles. Los rincones, lo bares. Todo.
Jean vino a mi encuentro. 
Recuerdo el calor, el desasosiego. 
Luego un mal presagio. 
No contestaba el teléfono. No estaba en casa. No iba a la Universidad. Ni había rastro de Henry. Como si jamás hubiese existido.
Y entonces hicimos lo que nunca en circunstancias normales hubiésemos hecho: utilizar las llaves de casa que nos habíamos entregado los tres por si alguna vez  nos necesitáramos unos y otros. 

La encontramos muerta.


Del velador recogimos un sobre lacrado, una foto de dos mujeres y un hombre, rue St. Catherine Carré Philips durante una célebre manifestación en el año 75. 
Es una imagen nítida de Keera con un trébol verde pintado en la cara llena de pecas, Jean sosteniendo una pancarta que dice Quebec, je me souviens y yo con una gargantilla hecha de  flores,  los tres estamos abrazados. 

Cómo decírselo a su madre. 
En el sobre  escrito a puño y letra decía: Mother.
Lo guardamos en el coche.
Lo escondimos

Al final llamamos a la policía.

Nos preguntaron si sabíamos  porqué sobre el cuerpo semidesnudo de nuestra amiga había diecisiete metros de gasa blanca.  

Claro que lo sabía pero en mi silencio se queda. 

No tenemos la más remota idea, Inspector, le dije entonces 

Meses más tarde después de la incineración,  la madre de nuestra amiga, Jean y yo llevamos  las cenizas de Keera a Donegal. 

La noche antes de regresar a Montreal Grace Monaghan abrió el sobre y leyó  las palabras dormidas de su hija. 

Ahora creo que necesito poner punto final. Ir a casa.  No recordar más. 

El calor sube a oleadas.


lunes, 25 de mayo de 2015

Cheers Mirentxu !

Hace algunos años , un lunes  lluvioso de Montreal,  como hoy  25 de Mayo, nació Miren.
En bon Québecois: Chère Mirentxu, c´est a ton tour de te laisser parler d´amour !



Mirentxu, vista por Nelson



Es la única que suele dejarme, hasta cierto punto, poner fotos personales en mis blogs, en la red.
Los otros hijos no, y aunque me muera de ganas, no ceden ante ningún chantaje emocional. Incluidos los  irresistibles. Nada. Ponen morro sabiendo que la sangre en casa, nunca llega al río. 
Somos más Mosqueteros que familia, y eso manda. 

Mirentxu hoy está en un velero surcando el Atlántico por las costas de Irlanda, sin WiFi, sin móviles, sin teléfono, sin tabletas, lejos del mundanal ruido, sin hijos, sin familia,  sin la rutina del cotidiano, sin malas sombras .  Lejos de los enemigos en masculino y en femenino. De envidias y resentimientos. De amores y desamores. A muchas millas de zarpazos de uña larga con veneno de alacrán,  que de haberlos, haylos;  lejos de todo mal. Inalcanzable ya. 

Nos cortaron el cordón umbilical, pero ni hablar,  nunca completamente; son metáforas.  
Por eso aprovecho este momento sin temor ni alevosía, ahora que no puede decirme Miren, Mother stop it ! Utilizo este espacio casi libre y bastante público para desear que se cumplan sus anhelos; y que renazca esplendorosa la felicidad robada. Finalmente.

Que la vida te devuelva, Miren,  con creces esa paz, tu inocencia desarmante, el amor, la lealtad y la generosidad  que  has repartido a manos llenas, sigilosamente, con la grandeza espiritual que te distingue. Sin pose. Sin alardes. Sin esperar aplausos. A tu estilo. 

Tantas veces he reivindicado causas, gentes, bobadas; y otras tantas he visto la futilidad del esfuerzo.  
Viejos rencores escondidos. 
Rara vez escribiendo en ocasiones parecidas a ésta,  he hecho justicia a quienes más quiero, que sois pocos. 
Alguna vez tenía que empezar por el sentimiento.  No pasa nada por desnudar el alma; el  streap-tease por excelencia. 

Después de eso desaparecerían  los miedos, quizá. 
Igual que en el escenario  cuando fluyen sencillamente  los vasos comunicantes.

Rockabye  Mirentxu, arrullada por la mar. 
Te quise entonces y ahora que te conozco mejor, cada vez más.

Cheers  pirate ! Happy Birthday to you !


Much love



lunes, 27 de abril de 2015

In memoriam champañosa, corazón de sal

Izaro y la tempestad, 



Bilbao, 6 de Febrero de 1996

Viendo cómo arden las últimas velas de este año  comenzando el próximo, vuelvo con la memoria del sentimiento al encuentro de los que se nos fueron que es como menos duele nombrar a nuestros amados muertos.
Quiero con vuestro permiso amado público,  in memoriam champañosa dedicar la del estribo a un hombre de honor. Un amigo que se me murió entre las manos cinco días antes de cumplir 82 años al empezar 1996. Digo entre las manos porque eligió las mías para despedirse.

Desde entonces reviso en cámara lenta la vida y su vida. 
La muerte no tiene poesía. Es caprichosa y  brutal. 
Juro que la vi entrar a traición una tarde en los ojos de mi padre y desde su mirada vertiginosa, mirarme. 
Supe entonces que empezaba para él una lucha sin tregua.
Durante siete días le admiré más que nunca,  con su armadura de hombre auténtico,  de hombre de bien.
Tenía el alma templada y el don apacible. Armas con las que había desafiado triunfos y derrotas a través de ochenta y un años extraordinarios. Armas todas con las que supo combatir halagos y agravios.
Esas armas con las que había enamorado a la doncella de sus sueños, la más hermosa, la imposible, la que desposó; musa de su vida y de su último suspiro. 

Nunca dejó de honrar la palabra dada.
Era pequeño y gigantesco, con sabor a caserío, a niebla, a zirimiri, a mar. Junto a la mar nació. 
O de ella quizá. Recuerdo que vestía exclusivamente a medida del mejor paño inglés. Se los hacía Cardenal en Bilbao. La boina vasca de un azul marino impecable,  otras veces negra  era su alter-ego. 
Había conocido a Gardel y ganado un concurso de tangos en Buenos Aires en los años 30.
Le gustaba mientras pensaba, entretenerse haciendo bolitas de pan perfectamente redondas.

Arrasaba con su simpatía.
Era generoso de verdad. 
Espléndido. 
Flamboyant. Aldeano presumido y coquetón.

Jugaba al Mús en las tabernas y en los salones más exquisitos.
Ofrecía al ajedrez un jaque mate a gusto del contrincante. Y ganaba siempre.
Era una fuerza telúrica, mezcla de atavismo y elegancia.
Un vasco sin fronteras. Incorruptible. Insobornable. De alma tranquila. De una pieza. 
Bebía leche ardiendo,  le encantaba el champagne Royal Carlton de Bodegas Bilbainas.

Conocedor nato de la naturaleza humana dominaba una ciencia que él llamaba Mundología.
Dejó escritas tres mil páginas para la historia. Una parte en Euskara, otra en castellano.
Las tengo yo . Las Memorias y su tablero de ajedrez, último regalo. Así y mucho más era mi amigo.
Con el bandoneón de Milonga Sentimental o Cafetín de Buenos Aires, la memoria llena de tango me arrastra tratando de seguir  los pasos de mi bailarín inolvidable. 

Para morir entregó sus manos llenas de confianza que apreté contra mi corazón hasta mucho tiempo después de pararse el suyo. Luego volví a casa.  Pero yo  no era la misma. 
Vacía, sin  saber qué hacer y sin poder llorar,pasé de largo por su despacho. Sentada tremendamente sola vi a mi madre. Eran las tres de ka tarde y me fui a la cama.
A medianoche le escribí a mi padre,  como tantas veces  antes. Era su forma preferida de comunicarse. Es también la mía. 
Al día siguiente Andra Mari de Mundaka estaba llena hasta el tope, no cabía un suspiro. 
Fuera la noche cerrada. El viento aullaba en el campanario de la iglesia, y yo  huérfana de solemnidad subí al altar para decirle como si estuviésemos los dos solos , mi oración de despedida.

Aita que Mundaka sea tu cuna, enamorado tango las olas del mar, que bailes con la luna y que la brisa de Izaro arrulle tu corazón de sal, que las gaviotas jueguen con tu alma de blanca espuma libre ya, 
que escribas con pluma de ángeles,  que nos digas qué tal estás. que alumbres las estrellas y nos esperes para cenar en un bosque de verde profundo, bajo un roble frente al mar, hijo del talo y Odartzas, 
amigo del alma, dulces sueños duerme en paz. 

Recuerdo que  lloraron las olas y que el cielo se vistió de luto.
El temporal duró cinco días y cinco noches. 
La mar sólo se calmó cuando amorosa recogió en su seno  de Errandosolo las cenizas de mi padre  para abrazarle una vez más.

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NB: Esta crónica fue publicada en el diario

La Época_ (Chile) en 1996 __

“ tête à tête “ con Nelson Villagra Garrido para La Revista CineCubano

Nelson Villagra Garrido  ( El Conde ) en  La Última Cena,  de Tomás Gutiérrez-Alea Tomás Gutiérrez-Alea  Nelson Villagra Garrido es chillane...