viernes, 29 de enero de 2016

Cannizaro Park

Canizzaro Park, collage de bz



Aquí, cerca de Point des Cascades nada impide la calma.
No hay metro, tampoco grandes almacenes. Estamos rodeados de lagos y ríos. 
A ciertas horas de la madrugada el tren que cruza del Atlántico hasta el Pacífico pasa por aquí.
Hay otro  de cercanías que tarda cincuenta minutos en llegar a Montreal. 
En verano hasta mediados de Octubre, The Hell Angels, con su leyenda a cuestas reinan por estos parajes conduciendo magníficas Harley Davidson. Circulan en perfecto orden jerárquico. Van despacio, con los faros encendidos. Nadie les adelanta. Parecería una afrenta;  las afrentas se pagan caras. Llevan blue-jeans, botas con tachuelas, cascos de combate, plumas, patas de pollo colgando, cadenas. Visten chamarras negras de cuero, lucen tatuajes fantásticos, pelo largo, barba trenzada, y bigote. 

Con ellos no se mete nadie, tampoco la policía. Son intocables. Detrás de sus gafas-espejo no se sabe qué ojos miran, con qué intención. Cuando coincido con ellos en La Première Moisson  o en la carretera recuerdo una vieja historia que nos pasó a Esther y mí en Inglaterra cerca de nuestra residencia en Wimbledon cuando el miedo no existía en nuestro vocabulario y  vivíamos en estado de gracia continuo. 

Canizzaro Park es ahora jardín florido pero entones era un bosque frondoso lleno de vericuetos y de siluetas fantasmales. Había árboles enormes cuyas raíces sobresalían rompiendo la tierra cubierta de musgo. En el lago de los cisnes blancos paseaban altivos, indiferentes. 
Con frecuencia  al anochecer se daban cita en el parque pandillas de Teddy Boys y Mods.
Esther y yo íbamos durante el día a derrochar tiempo; cuando se tiene la vida por delante da gusto dilapidarla  viendo pasar las nubes, deshojando las margaritas,  sin pensar en la muerte. 
Soñando. 
Canizzaro Park raíces y ramaje eran testigos mudos a veces de  pasiones  incipientes algunas, de viejos amores otras; alborozado  revoloteo de faldas y manos, de manos entre las faldas de piel impregnada en resina y humedad. Suposiciones de nuestras mentes calenturientas a lo mejor. 

Luego a la luz de las velas escuchando el cantar del viento en invierno, reviviendo lo imaginado, nos convertíamos en Rebecca, o en Kathy de Wuthering Heights,  convocando al turbulento Heathcliff; al enigmático Max de Winter. 

Aquel  siete de Febrero  en el parque empezaba a caer la tarde.
Íbamos a cruzar como siempre el pequeño puente cuando vimos al otro lado un grupo de muchachones vestidos enteros de cuero negro con la cabeza rapada y la esvástica en la chamarra. Calzaban botas de hierro y estaban a punto de zafarrancho con los Teddy Boys.
Todos llevaban cadenas en la mano y sus Norton estaban aparcadas en pleno bosque.
Muy cerca del puente había tiovivos antiguos,  dos norias; una de ellas descomunal. Tenía brazos largos cuyos extremos terminaban en zepelín-jaula de hierro. El dueño del carrusel era amigo nuestro, se llamaba Ralph.
Él se encargaba de asegurar que todo estuviese herméticamente cerrado y bien antes de poner en marcha la noria.
Los zepelines giraban en todas las direcciones y sobre su eje a ritmo de vals. La Chocolatera iba dando vueltas, vueltas, vueltas y más vueltas.
Muertas del susto nos metimos en la noria y le dijimos a Ralph que nos mantuviera por los aires hasta que se fuesen los Mods.
Volábamos  por encima de los árboles luego nos precipitába a ras de tierra cada vez con más rapidez, seguras de que en la próxima vuelta,  nos estrellaríamos contra la hierba. 
Ralph discutía y vociferaba con los de abajo que intentaban detener los tiovivos.

A los Mods les precedía una reputación terrorífica cuando nos encontramos con ellos en Canizzaro Park. Nunca les miramos a la cara de cerca. Podían si les daba la gana, castigar la osadía de la mirada con un cadenazo; en el mejor de los casos.
En pocos segundos pasamos del Olimpo de las diosas al averno más hondo,  a toda velocidad, como el giraban el zepelín; como La Chocolatera.
Y lloramos en las alturas.

Considerando que Inglaterra ofrece excentricidades notables y crímenes a la carta, héte aquí que cuando Ralph al fin paró la noria, entre unos y otros nos bajaron en volandas.  Fuimos pasando de brazo en brazo, de brazo en brazo,  hasta que nos depositaron literalmente en medio del minúsculo puente. 
Así de insólito. 

Luego se metieron unos en el zepelín, otros en La Chocolatera. 
Esther y yo corrimos hasta casa y llegamos sin resuello. 
El vals "Sobre las olas" se oía desde Canizzaro Park hasta la residencia nuestra, en la quietud de la noche.

Al  leer lo escrito, mitad sueño mitad sobresalto, regreso al pasado.

“ tête à tête “ con Nelson Villagra Garrido para La Revista CineCubano

Nelson Villagra Garrido  ( El Conde ) en  La Última Cena,  de Tomás Gutiérrez-Alea Tomás Gutiérrez-Alea  Nelson Villagra Garrido es chillane...