Ayer un amigo virtual me dejó un
mensaje en FB, en el que preguntaba a bocajarro y con sorna ... “ … pero
tú qué haces; escribes y escribes, escribes lo que te da la gana… pero qué
exactamente”.
Podría
haberle mandado a freír espárragos, me molestó su tono, su cómo.
Soy
muy sensible al Cómo.
No sé… respondí al cabo de una hora de aporrear teclas, de borrar y escribir y tachar
lo escrito.
Escribo. Escribo. Escribo como muy
bien dices. Escribo.
A lo mejor soy una Polaroid y lo único que hago son instantáneas
con las palabras, similares a las que hacía con mi vieja cámara cuando apretaba
el obturador y por una ranura poco a poco aparecía una fotografía a medio hacerse, a medio secar, y
una vez fuera, bonita o desenfocada rara vez coincidía con lo que mis ojos
habían visto. Qué importa. A la postre virtual amigo, el gusto o el rechazo es cosa tuya, no mía, le dije.
Fin del mensaje, sin
emoticón ni chanfainas
Durante largo rato, tanto que casi paso la noche en blanco,
me quedé reconsiderando la violencia
de algunos silencios, la inutilidad de excesivas palabras. Sentí que no
queda ya tanto tiempo como antes, cuando
era inmortal por definición y podía seguir escribiendo sin fecha de caducidad.
Muchas veces desde la Terraza de
los Piratas veo los barcos capear el temporal
soltando lastre a la altura de Izaro. Aparecen
y desaparecen entre olas
vertiginosas de una mar desencadenada y la ansiedad por volver a ver a proa se
parece a la mía, en el vaivén del tiempo.
Aproveché el momento de catarsis
anoche para rellenar la mochila de disparates, de tropezones, de actos
fallidos, estragos de la ignorancia consciente, de errores, de vanas
intenciones, oquedades del alma, de farsa
frente al espejo, de las palabras que escatimé, y las que callé por miedo o por
mezquindad, de murmullos y de ausencias, de la arrogancia y de la necedad. La memoria guarda huellas lacerante en la quietud de la noche cuando la sangre se precipita.
Sangre que inunda y se instala entre las sienes al compás de las horas. Espectral
y sin contemplaciones aparece entonces gastada por las mareas la foto Polaroid a medio secar, de mi propia vida.