bz. Desde El balcón de los Piratas. Ondartzape. |
Amanece, la tempestad nos envuelve y el aire susurra secretos olvidados que el viento helado del norte lleva y trae inmiseridorde.
Los pajarillos de pecho rojo o azul vuelven a posarse en las ramas que golpean el cristal del rincón de la escribidora donde las ardillas se sientan ca comer pipas en el quicio del ventanal. La nieve cubre los árboles. Ciega su resplandor. Aniquila. Absorta en el silencio hacen eco en mi los versos de Nelligan; Ah ! comme la neige a neigé ! Ma vitre est un jardin de givre. Ah ! comme la neige a neigé !
Cuando llegué a este Norte tan distinto al mío Québec, los Quebecuá me abrieron las puertas de su casa de par en par. Juntos creamos lealtades hasta hoy desde cuando todo parecía posible. Viví con la sonrisa a flor de labios años de utopías derribando imposibles cuando una se creía inmortal y el espejo devolvía la imagen de lo que se prefería ver. Años espléndidos que cuando los tuve no les di importancia. Este país enamora. En Otoño una brisa-retro-romántica de mil colores emborracha el aire. Cientos de etnias pasean por Boulevard St. Laurent. El mundo entero recorren sus veredas donde nadie ridiculiza a nadie aunque salga una vestido de buzo con escafandra, los Petronios de la moda tienen por estos lares futuro incierto. Cada cual viste se peina, calza o se pinta como le da la gana, así, sin más, sin parafernalias.
En ese tiempo cuando mi padre venía a visitarme con frecuencia, cenábamos abordo de barcos magníficos, invitados por Capitanes y tripulaciones vascas de Bilbao, de Mundaka, de Bermeo, de Ondarroa, amigos nuestros. Hablaban siempre en euskera con mi padre.
El fastuoso río San Lorenzo acoge hace siglos marinos y barcos de todo el mundo. En pleno invierno el puerto cierra las esclusas esperando con paciencia el deshielo
Recuerdo tantas noches a bordo de buques de la marina mercante de nuestra tierra, rodeados de hombres de mar , amigos que traían consigo viejas historias.
Te acuerdas Capitán, oh Capitán.
El tiempo ha pasado desde aquella noche cuando a la luz de las velas mi padre y yo cenamos contigo un Pil-Pil histórico de levantar la boina, llenaste de música y de flores tu barco. Estabas casi igual a los recuerdos de otro entonces. Las canas tejían poco a poco el tiempo transcurrido entre la última birbiriketa en la Atalaia. Birbiriketas cuando el amor era un vaivén de entusiasmos y pasiones fugaces. Y los gustos de quita y pon un: te gusto-me gustas, nada más. Ahora corta el aliento tu imponente estampa de capitán.
Risas, entre txakolí y txakolí. En los Txopos.
Qué encuentro aquel encuentro. Esos encuentros. Quién hubiera dicho durante nuestros desembarcos de Madalenas en el puerto de Bermeo, pies descalzos alpargatas al aire, impetuosa pretensión de sentir vibrar la vida, y no importaba morir al saltar a tierra como si fuéramos héroes de Normandía. Así pues nos reencontramos en el mágico guión que Jaime, mi maestro, decía traemos sì o sí debajo del brazo.
Todos. No sé. Ahí queda a la luz de la luna.
Pasada la medianoche mi admirable cómplice, léase my father y yo, regresamos a casa.
Recuerdo, a pesar de la memoria champañosa, la cadencia de la nieve, nevando.