martes, 15 de octubre de 2024

Father


la fotografía es mía




Cada vez que juego al ajedrez, veo a mi padre jugando, y cuando escribo le veo cargando de tinta azul marino su amada pluma, secante en mano, lleno de papeles y cuadernos. Sonreía, vivía en otra dimensión, de distinta manera, para sí mismo, como quien alcanza un estado de gracia. Era una gozada verle.
—Las horas pasan sin sentir, me falta tiempo, — decía.
El tablero y la pluma fueron sus verdaderas posesiones. .
Lo material tenía un valor necesario y relativo a la vez.
Le vi regalar cosas y casas como si de bagatelas se tratara.
Era así. Soy testigo y cómplice de incontables momentos y aventuras imposibles en apariencia no obstante verdaderas.
Un día poco antes de morir le pregunté qué le apetecía, qué deseo quisiera ver cumplido.
— Ya que preguntas, hija, tráeme el ajedrez y la pluma que están en mi despacho, la boina azul que he dejado en el paragüero de la entrada, y una sopa de ajo hecha por mi novia, Mirentxu Aguirre Lámbarri, y mañana, tipi tapa, tempranito me vienes a buscar y sin decir nada a nadie nos vamos por Sollube tu y yo a Mundaka. Se enfadarán primero pero se les pasará después. Tengo ilusión de seguir escribiendo las Memorias mirando la mar desde el nido de las gaviotas, encenderemos la chimenea. Únicamente le he dicho a Peli  
( Araluce , su gran amigo ) y está de acuerdo con nosotros.
Al día siguiente llegué con todo listo para llevar a mi padre a su casa de Itxas-Begira. 
Qué ilusión y esperanza teníamos. Otra aventura más que contar y reírnos después.
Escapar del hospital sin permiso en plan clandestino. Desobedecer lo necesario.
Casi lo conseguimos.
Lo que sigue es mejor que permanezca entre pecho espalda a la altura del corazón .
Sin nombrarlo.
Volviendo a la escritura y al ajedrez
—Father, tenías razón, las horas entre letras pasan en un suspiro, el tiempo se detiene, la sonrisa aparece porque sí, y la muerte parece no existir.
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Esta noche B desde el palco.
La foto es mia


sábado, 31 de agosto de 2024

Solo un sueño

de la red







Hacía mucho frío. Se levantó, paseó por la casa, miró por la ventana absorta contemplando el cielo blanco que presagiaba tormenta de nieve. Luego volvió al escritorio, al teclado. Si lo dejaba para más tarde, para otro momento, las palabras podrían quedar silenciadas, prisioneras. Enredadas en la madeja del tiempo se convertirían en cabos sueltos perdidos buscando el final del laberinto. Sintió un escalofrío súbito, un algo impreciso en la espalda. No. No había nadie. Envuelta en suave manta de lana de Arán, siguió escribiendo. Tiempo era la última palabra antes del sobresalto. Tiempo. No volver nunca atrás. No arrepentirse de nada quizás únicamente del tiempo perdido. Lo demás no. Sólo el tiempo que había regalado a destajo a costa de su propia vida. Lo demás no importaba. Lo demás no. Nada de lo demás. Sólo el tiempo. Sólo el tiempo irrecuperable.
Todos dormían plácidamente.
Se acercó agitada hasta el quicio de la puerta abierta de su despacho. Hubiera jurado que unos pasos la seguían otra vez, despacio. Se dio la vuelta y no había un alma.. Nada que no fuera el ritmo sobresaltado del pensamiento. La zozobra. El frío más allá del frío que cala el tuétano. Un atraganto lacerante. Necesitaba música. Trois Couleurs de Zbigniew Preisner llenaría la oscuridad antes del amanecer. Somnolienta regresaba al susurro de las mareas y soñaba con una ola verde de cristal que la arrebataba en su cresta transparente. Tan enorme era que llegaba al cielo, se detenía un instante apacible y rompía en cascada.
Descalza sobre las teclas del piano de cola que coronaba la ola transparente, bailaba la doncella, su cabellera de miosotis azules flotaba al amanecer.
Otras veces aparecía la pesadilla. Siempre la misma desde que era niña. Una ola oscura descomunal emergía de lo más profundo del Cantábrico y amenazaba con engullirla a los pies de Errandosolo. Ahogándola. Haciendo un esfuerzo supremo se dio la vuelta. No sabría decir si fue el miedo sin límite o fue desafío ante el espanto. Pero al mirar vio que la ola se disolvía en el abismo del que había brotado como si nunca hubiere existido.
Ella entonces despertaba
Volvio a la música , a Preisner, a las notas en la nieve de aquel tango apasionado.

miércoles, 3 de julio de 2024

Y en la nieve más roja que nunca la sangre


Ballets  Pina Bausch


No se veía un alma. La tempestad de nieve había hecho estragos inutilizando carreteras sepultando coches, bloqueando la entrada de las casas, paralizando la ciudad.

Fuencisla tuvo la sensación de haber caído atrapada en una de esas bolas de cristal que al agitarlas el paisaje interior no tiene principio ni fin. Hacia poco tiempo que había llegado de parajes verdes donde la mar desafía cualquier belleza imaginable.

Quizá nunca más regresaría.

Ese recuerdo la obsesionaba tanto que aquel día decidió no recordar más. Nunca más. Decidió no volver a escribir a nadie, rompía las cartas sin abrirlas. Decidió cortar de una vez con todo. To cut! Couper ! Abrazar el olvido acallar cualquier vestigio del pasado. La nieve enmudece el eco, congela el llanto. Sepulta. Convenía sumergirse en el sigilo blanco inmaculado. 

Perderse. 

Mejor rechazar como un mal pensamiento lo que se ha dejado.
No volver nunca más al punto de partida. No mirar atrás. 
Lograría sin duda con el tiempo deshacerse de algunas raíces insidiosas que secuestra la memoria. 

Esa clase de memoria.

Se levantó de un salto. Horas antes había abortado de repente, sin querer, estaba sola, profundamente sola. Se puso el abrigo, la bufanda, los guantes el sombrero, y las botas sin calcetines. Los calcetines que aprisionan tanto los pies dentro de la bota. 
Bajó precipitadamente las escaleras hasta la puerta que estaba bloqueada por la tormenta. No podía abrirla pero tenía que salir. Salir y respirar. El corazón latía a golpes queriendo escapar del pecho. A empujones, a punto de desmayo consiguió tragar a bocanadas el aire. El aire. Sangraba. Se ahogaba. 
Siguió camino al hospital en la calle desierta. Enfundada en los jeans negros las manchas delatoras no se verían. 

Lloraría después. Quizá más tarde, lloraría. 

Mientras avanzaba contra la tempestad un golpe terrible por detrás en la cintura la derribó al suelo. Era un coche retrocediendo en la tormenta. Se arrastró a ciegas apenas unos centímetros tratando de escapar del Chrysler Valiant descapotable que la hubiese partido de no haber sido por un movimiento instintivo y preciso. Grito pero la nieve sofocaba la voz. Las ruedas iban pasando por encima de las piernas de las rodillas de las caderas. 

Recuerda el dolor. 

Murmuró al aire sin que nadie la escuchara, no fuera más que para oír una voz, la suya misma repitiendo bocabajo no quiero morir ... no quiero ... aplastada ... sin calcetines ...pensarán que estoy loca ... sin calcetines. Imperdonable ... iba sin calcetines ... en plena borrasca...a quién se le ocurre ... dirán ... siempre dicen algo ... siempre... hablan por hablar... algo ... murmullos ... no quiero morir se dijo ella ...  por decir... murmullos..,


El Chrysler la arrolló primero con la rueda trasera derecha. 
Quien iba al volante solo vio el estrago cuando la atropelló también con la rueda delantera. Era un hombre joven repartidor de la única farmacia en el pueblo perdido en la desembocadura del St.Laurent. Daba alaridos pidiendo ayuda, desesperado, sin saber a quién invocar, qué hacer. 

El vendaval cubrió de blanco gritos y silencios.
Una humedad caliente se iba esparciendo formando surcos profundos alrededor de ella encharcando la blancura
y en la nieve, más roja que nunca brillaba la sangre. 

viernes, 17 de mayo de 2024

Tobogán


Nelson Villagra Garrido





Nelson, esta fotografía la encontré en la librería Rivano calle San Diego cuando recorría de la mañana a la noche las calles de Santiago recién llegados a Chile en 1997. Tú dabas clases de Cine en la escuela de Carlos Flores. Alejandro Goic presentaba La Mirada Oscura de Jorge Díaz con Nelson Villagra y Mateo Iribarren. Yo empezaba con Jaime los ensayos de Rockaby de Beckett y la traducción de L`Amante Anglaise de Marguerite Duras.
Recuerdo ahora el color de los días entonces. Vuelve el estado de alma, la sensación de haber resbalado por un tobogán gigantesco imparable hasta el fin del mundo.
Mis pagos fueron las bibliotecas, las librerías, los teatros, los cines. La pescadería del Mercado Central rebosante de exquisitos mariscos desconocidos hasta entonces. Los Picorocos, placer de dioses, a medio camino entre el percebe y la ostra. Gigantescos mojojones llamados en Chile choro-zapato hacia nuestras delicias. Caminaba horas de horas. Sola. Prefería. Recorría los puentes del Mapocho el barrio Bellavista, la Alameda, Agustinas. En la calle San Diego encontré una tienda de instrumentos musicales. Allí compré para celebrar tu aniversario una guitarra de concierto. Guitarra que robó un taxista canalla volviendo de la sala de ensayo. Me asaltó navaja en mano frente a la Embajada de Francia, a dos pasos de mi casa en Terranova. Se llevó todo,
vestuario, libretos,máscaras. Salvé el tipo por carambola. La matrícula del coche era falsa. El chófer bestial. La navaja afilada. Habías bajado del taxi minutos antes para dar una entrevista ¿recuerdas?
Siempre me ha gustado visitar catedrales, museos, templos vacíos. Las iglesias de Santiago son muy bonitas. Visité casi todas. Bella y austera la de San Francisco. Familiar la de San Ignacio. En la iglesia de Santo Domingo siempre había alguien encendiendo velas y rezando. Olía a incienso. Pocas veces en la vida he rezado tanto.
Sentada en el último banco solía pasar lmucho tiempo . Me abstraía. Buscaba sosiego. Fuera, en la calle, me agobiaba el aire denso el cielo sin nubes de Santiago. Reverbera todavía el murmullo incesante de la ciudad, un rugido sumergido.
Imposible el olvido de aquel niño de apenas cuatro años, frente al Teatro de la Ópera vestido de harapos, descalzo pidiendo limosna con la mano diminuta extendida y los ojos llorosos bajo un sol ardiente. Creí morir. Creí morir. No estaba acostumbrada. Han pasado muchos años desde aquella mirada que recordaré hasta el final de mi vida. Le dí llena de vergüenza lo que tenía que no era mucho. Que era nada. Miseria. Vi a mis hijos en aquella criatura que quise proteger llevarle conmigo y darle un hogar , ternura, amor, protegerle de miserables pesos.
Sentada contra la pared estaba una mujer, su madre y tenía otro bebé en brazos. Recuerdo aquel sol de castigo, la miseria, los transeuntes que pasaban sin indiferentes ajenos a todo. Dios cómo no buscàndote.
Todos los días hacia las tres de la tarde solía encontrarme con Jaime en la sala de ensayo o en su despacho. Tú me esperabas al final del día en nuestra acogedora fortaleza de la calle Terranova casi en la copa de los árboles. Un tiempo suspendido en el tiempo, intensa incomparable vida artística, enorme satisfacción profesional, amadas ausencias esperándonos en el norte norte.
Tu y yo espalda con espalda, en el ambiente de aquel entonces mezquino y poco o nada acogedor.
¿ Recuerdas Nelson?

Esto y mucho más vuelve al sentimiento al contemplar, bienamado, tu rostro.

miércoles, 20 de marzo de 2024

PUNTO DE FUGA El SABOR DE LA FRAMBUESA

Charlie Chaplan





Los vecinos nos han regalado frambuesas de verdad sin cruces de extraños sabores. Son pequeñitas irregulares, dulces, ruborosas, perfuman el pensamiento placer de dioses olvidado. 

 

M et Mme de Valois, así los llamaremos, suman entre los dos ciento setenta y cinco años. Comparten vida, tierra, casa, hogar  desde 1940 aquí mismo a la izquierda del jardín. Tuvieron infinidad de hijos, muchos nietos, biznietos. Como en los cuentos. Ahora otra vez están solos, los novios. 

 

Ella llama a su caballero Val, él sigue mirándola  a los ojos. 

Siguen gustándose. No me extrañaría que a la luz de las velas se dieran apasionados besos y se juraran una vez más amor eterno.

Él es un hombre fuerte de semblante normando antiguo, de espalda ancha no muy alto. Silencioso.

Ella es menuda, coqueta, de manos finas y óvalo gótico su rostro. 

Siempre lleva sombrero.

 

Entre los dos han creado a capricho la huerta más bonita imaginable en medio del jardín, a capricho, donde todo es lo que parece ser. Los tomates, qué alivio, crecen irregulares. En estos tiempos cuando se venden hasta  los suspiros, Monsieur de Valois no vende nada, todo lo da, lo regala. Dice que para eso siembra. Madame de Valois hace mermelada de rubarbo con moras, o de calabaza con fresas según su inspiración. Nos solemos ver a principios de Primavera hasta Noviembre. Ella no sale casi nunca y yo me enclaustro casi siempre. Pero en Octubre después del veranillo de los indios, recogiendo hojas antes del anochecer nos saludamos como corresponde al modo y manera quebecuá mezcla corsaria de desconfianza Mohawk y seda aterciopelada de Versalles.


Aimez-vous les framboises, Madame B?

Énormément, Madame de Valois !

 

De sonrisa en reverencia nos enfrascamos en cuentos de recetas y elixires otoñales casi susurrados por si el viento se llevara con las hojas, caramelizados secretos. Luego al  llegar el frescor de la tarde nos despedimos con la misma ceremonia rastrillo en mano sin haber recogido una sola hoja, ritual de otoño que éste año ha empezado antes con el regalo de las frambuesas. Cualquier día, pronto, les dejaremos al pie del árbol que acaban de plantar una botella del mejor néctar del Maipo.

 

Mme. de Valois se maquilla poco, apenas un rouge. Viste sobriamente. Probablemente ha cumplido a rajatabla con los cánones sociales que imponen cómo y cuándo una mujer debe ir mutando poco a poco en señora. Eso es lo que se ve o lo que se enseña. El otro aspecto, el íntimo, el que importa, casi siempre se lleva oculto. 

 

Mirando a mi vecina pienso en su transformación. En ella empezó por el pelo. Adios cabellera le dijo un día a su hermosa trenza. Escalofriante amputación pensé, qué horror. Mi vecina se fue bajando poco a poco de los tacones se enfundó en pulcros trajes de chaqueta, dejó de mirar a los que la miraban, y empezó a mirarse hacia dentro. Tanto se miró en ella que no se vió más en los ojos de los demás. Jura importarle un bledo. 

Val, el amor de sus amores, sigue sembrando y cosechando frutos y sonrisas en ella. La vida larga de Mme de Valois habrá discurrido dentro de un orden casi perfecto sin mayores sobresaltos. Protegida por la rutina familiar y social, satisfecha,  dentro de la costumbre no alterada de seguir estando donde se ha nacido, sin haber puesto en duda hábitos, creencias, tradiciones. Amistades. Sin haber sentido el dolor de una ausencia, de una despedida.

No habrá necesitado defender casa y hacienda. Ni se habrá sentido ajena a su paisaje ancestral. 

No sabrá lo que significa abandonar la propia raíz profunda. O que te arranquen de ella.

Ni sospechará la atracción mortal del vértigo. Tampoco la temeridad de atreverse a tocar fondo sin saber dónde exactamente se sitúa el punto de apoyo en el abismo y desde su insondable oscuridad  subir, subir, y volver a respirar, y sin saber cómo encontrar en la vulnerabilidad manifiesta el punto de fuga de la propia vida. 

 

Quién sabe si por todo lo no vivido, no sabido, no dudado, no reído o no llorado Mme. de Valois es una mujer feliz. 

Quizá haya preferido quedarse a la sombra de una bella apariencia pienso mientras la miro en medio de rubarbos, grosellas, calabacines, frutos de la pasión. Hoy quiero asomarme furtivamente el tiempo de una semifusa a su huerta escondida.

 

A lo mejor labró caprichosamente su bucólica existencia, o por el contrario atesoró viejas heridas debajo de la armadura, cicatrizadas unas, sangrantes otras, testigos de que existimos en perdurable intento. Huelga las certidumbre.

 

No podrá suponer Madame de Valois que todo lo escrito hasta el punto final me lo ha regalado ella con sus frambuesas, con sus brócolis, con su gesto amistoso pero distante, al más puro estilo Nouvelle France.

 

He entrado en casa ya tarde a escuchar música y escribir. 

La música siempre se apropia del alma y equilibra la respiración. Mi respiración. Las palabras. 

Palabras que vuelan  siendo más conjuro que certeza más misterio que estrofa, más victoria que lamento, más cábala que oración. 

Palabras que encuentran su rima en el sentimiento recóndito  sin resolver o resuelto a jirones. 

Hay un aroma en el aire que recuerda a las endrinas, al muérdago. A la niebla.

Poco se imaginará la vecina de al lado la fuerza expansiva del sabor de la frambuesa mientras a sus ochenta y tantos seguro que ronronea provocadora en brazos de su normando.


Contagiosa Madame de Valois.

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martes, 12 de septiembre de 2023

Dímelo al oído tan solo a mí


 





Ballets de St. Petersburgo





El viento sacude las ramas de arce cerca de las ventanas que perturban el dormir profundo.

Por la ventana semi abierta entra el silencio.

Las imágenes se superponen confusas otras veces claras. El río San Lorenzo arrastra en sus aguas caudalosas hacia la mar los estragos de una borrasca . 

Montreal descubre poco a poco su belleza única de diosa otoñal.

Hojas de mil colores nunca iguales a ningún ayer, bailaran en el aire hasta caer rendidas esperando la protección de la nieve que alimenta la tierra. 
Rosamunda cierra los ojos y se duermo otra vez. Sueña. 

Una niña recién nacida flota en la pleamar del anochecer. 

No hay nadie, únicamente ella y la inmensidad. Ella y el agua. 

Vive en el colegio con las monjas. Desprotegida. 

Algo malo habrá hecho para merecer el castigo. Sin duda algo malo. 


El padre de Rosamunda adoraba a su única hija, sin embargo no la defendió ni dijo nada cuando llegó la hora de sacarla de casa para llevarla muy lejos. Al internado.  Evitaba mirarla. Tuvieron que arrastrarla  escaleras abajo. Se  había agarrado a la barandilla  tan fuerte que sus  dedos enrojecidos  no pudieron resistir  la ira de la madre forcejeando con ella. Suelta de una vez, repetía  frenética, suelta. Obedece. Vete. Fuera decía. Sé dócil y deja el drama. Rosamunda  recuerda todo aún. Quisiera haber olvidado. 

La luz ténue entraba  por las vidrieras de la escalera,  su ansiedad cuando la  madre cerró la puerta. Su mirada acerada. El miedo. El dolor. El abandono. Después el silencio sin resonancia. Entre Pedro Toribio el chófer y su padre la bajaron  hecha un mar de lágrimas y en brazos  al coche envuelta en una manta escocesa de lana roja beige y verde oscuro con ribete de cuero marrón, recuerda. Se acurrucó en el asiento de atrás.  Era una mañana muy fría de Enero. La niebla espesa  pegada al suelo  obligaba a circular despacio por la carretera sin fin de la llanura castellana  adornada de  cipreses. 

Rosamunda miraba con ojos perdidos a su padre que no sabiendo cómo protegerla tarareaba una vieja canción,

"... dímelo al oído tan solo a mí, que nadie te ha querido como yo a ti ".



domingo, 10 de septiembre de 2023

Pleamar





desde la foto hecha por Nelson  en el columpio del roble de casa 
vuelvo atrás y recuerdo




Estos días de Andra Maris en Bermeo me pregunto al otro lado del Atlántico qué hago aquí, qué hago quieta parada sin birbiriketas pulverizando alpargatas de tanto y tanto bailar y tantas veces descalza al son del acordeón del txistu del tamboril, sin prisas, sin horas.  Recuerdo aquí hoy'esta mañana  la flota pesquera completa  de vaporcitos  multicoles celebrando en el puerto de mis lares. 

Los mismos de Alonso de Ercilla. 


Recuerdo la luna iluminando el parque y  la espuma de las olas saltando el muelle perfumando  la pleamar. 


Recuerdo, claro que recuerdo todos vestidos de azul mahón marinero con pañuelo estiloso  azul y blanco  de cuadritos, al cuello. Armas imbatibles. Atuendo ritual. 

 

Recuerdo sin poder ni querer hacer falsos quites a la memoria, a los que se han ido.  


Los inolvidables.  

 

 

jueves, 13 de julio de 2023

Trópicos del sentimiento


de Pablo Picasso



Los neutrinos son partículas, mensajeros cósmicos que atraviesan nuestros cuerpos. Vienen del infinito y vuelven al infinito, comenta Nelson a media noche inmerso en la lectura de Física Cuántica a pesar  del sofocante bochorno tropical para mi insoportable. No te alborotes perla del Cantábrico, no te alborotes my love, piensa que el calor no es más que un movimiento de moléculas, de  átomos organizados e inteligentes que se preguntan el sentido del Universo, dice Nelson. lo es eso.  Piénsalo. 

Y pasa página entusiasmado. Me evado entonces del pensamiento. Es un sentir, lo que se siente. El pensamiento enfría el corazón. El sol no calienta, abrasa. Así que me voy, neutrinos incluidos,  al agua.


Trópicos del sentir. 

jueves, 6 de julio de 2023

“ tête à tête “ con Nelson Villagra Garrido para La Revista CineCubano

Nelson Villagra Garrido  ( El Conde ) en  La Última Cena,  de Tomás Gutiérrez-Alea Tomás Gutiérrez-Alea  Nelson Villagra Garrido es chillane...