Izaro y la tempestad, |
Bilbao,
6 de Febrero de 1996
Viendo
cómo arden las últimas velas de este año comenzando el próximo, vuelvo con la memoria del sentimiento al encuentro de los que se nos fueron que
es como menos duele nombrar a nuestros amados muertos.
Quiero
con vuestro permiso amado público, in memoriam champañosa dedicar la del estribo a un hombre
de honor. Un amigo que se me murió entre las manos cinco días antes de cumplir
82 años al empezar 1996. Digo entre las manos porque eligió las mías para
despedirse.
Desde
entonces reviso en cámara lenta la vida y su vida.
La
muerte no tiene poesía. Es caprichosa y brutal.
Juro
que la vi entrar a traición una tarde en los ojos de mi padre y desde su mirada
vertiginosa, mirarme.
Supe
entonces que empezaba para él una lucha sin tregua.
Durante
siete días le admiré más que nunca, con su armadura de hombre
auténtico, de hombre de bien.
Tenía
el alma templada y el don apacible. Armas con las que había desafiado triunfos
y derrotas a través de ochenta y un años extraordinarios. Armas todas con las que supo combatir halagos y agravios.
Esas
armas con las que había enamorado a la doncella de sus sueños, la más hermosa,
la imposible, la que desposó; musa de su vida y de su último suspiro.
Nunca
dejó de honrar la palabra dada.
Era
pequeño y gigantesco, con sabor a caserío, a niebla, a zirimiri, a mar. Junto a la mar
nació.
O de ella quizá. Recuerdo que vestía exclusivamente a medida del mejor paño inglés. Se los hacía Cardenal en Bilbao. La
boina vasca de un azul marino impecable, otras veces negra era su alter-ego.
Había
conocido a Gardel y ganado un concurso de tangos en Buenos Aires en los años
30.
Le
gustaba mientras pensaba, entretenerse haciendo bolitas de pan perfectamente
redondas.
Arrasaba
con su simpatía.
Era
generoso de verdad.
Espléndido.
Flamboyant. Aldeano presumido y coquetón.
Jugaba
al Mús en las tabernas y en los salones más exquisitos.
Ofrecía
al ajedrez un jaque mate a gusto del contrincante. Y ganaba siempre.
Era
una fuerza telúrica, mezcla de atavismo y elegancia.
Un vasco sin fronteras. Incorruptible. Insobornable. De alma tranquila. De una pieza.
Bebía
leche ardiendo, le encantaba el champagne Royal Carlton de Bodegas Bilbainas.
Conocedor
nato de la naturaleza humana dominaba una ciencia que él llamaba Mundología.
Dejó
escritas tres mil páginas para la historia. Una
parte en Euskara, otra en castellano.
Las tengo yo . Las Memorias y su tablero de ajedrez, último regalo. Así y mucho más era mi amigo.
Con
el bandoneón de Milonga Sentimental o Cafetín de Buenos Aires, la memoria llena
de tango me arrastra tratando de seguir los pasos de mi bailarín
inolvidable.
Para
morir entregó sus manos llenas de confianza que apreté contra mi corazón hasta
mucho tiempo después de pararse el suyo. Luego
volví a casa. Pero yo no era la misma.
Vacía, sin saber qué hacer y sin poder llorar,pasé de largo por su despacho. Sentada tremendamente sola vi a mi madre. Eran las tres de ka tarde y me fui a la cama.
A
medianoche le escribí a mi padre, como tantas veces antes. Era su forma preferida de comunicarse. Es también la mía.
Al día siguiente Andra Mari de Mundaka estaba llena hasta el tope, no cabía un suspiro.
Fuera la noche cerrada. El viento aullaba en el campanario de la iglesia, y yo huérfana de solemnidad subí al altar para decirle como si estuviésemos los dos solos , mi oración de despedida.
Aita que Mundaka sea tu cuna, enamorado tango las olas del mar, que bailes con la luna y que la brisa de Izaro arrulle tu corazón de sal, que las gaviotas jueguen con tu alma de blanca espuma libre ya,
que escribas con pluma de ángeles, que nos digas qué tal estás. que alumbres las estrellas y nos esperes para cenar en un bosque de verde profundo, bajo un roble frente al mar, hijo del talo y Odartzas,
amigo del alma, dulces sueños duerme en paz.
Recuerdo que lloraron las olas y que el cielo se vistió de luto.
El temporal duró
cinco días y cinco noches.
La mar sólo se calmó cuando amorosa recogió en su
seno de Errandosolo las cenizas de mi padre para abrazarle una vez más.
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NB:
Esta crónica fue publicada en el diario
La
Época_ (Chile) en 1996 __