lunes, 27 de abril de 2015

In memoriam champañosa, corazón de sal

Izaro y la tempestad, 



Bilbao, 6 de Febrero de 1996

Viendo cómo arden las últimas velas de este año  comenzando el próximo, vuelvo con la memoria del sentimiento al encuentro de los que se nos fueron que es como menos duele nombrar a nuestros amados muertos.
Quiero con vuestro permiso amado público,  in memoriam champañosa dedicar la del estribo a un hombre de honor. Un amigo que se me murió entre las manos cinco días antes de cumplir 82 años al empezar 1996. Digo entre las manos porque eligió las mías para despedirse.

Desde entonces reviso en cámara lenta la vida y su vida. 
La muerte no tiene poesía. Es caprichosa y  brutal. 
Juro que la vi entrar a traición una tarde en los ojos de mi padre y desde su mirada vertiginosa, mirarme. 
Supe entonces que empezaba para él una lucha sin tregua.
Durante siete días le admiré más que nunca,  con su armadura de hombre auténtico,  de hombre de bien.
Tenía el alma templada y el don apacible. Armas con las que había desafiado triunfos y derrotas a través de ochenta y un años extraordinarios. Armas todas con las que supo combatir halagos y agravios.
Esas armas con las que había enamorado a la doncella de sus sueños, la más hermosa, la imposible, la que desposó; musa de su vida y de su último suspiro. 

Nunca dejó de honrar la palabra dada.
Era pequeño y gigantesco, con sabor a caserío, a niebla, a zirimiri, a mar. Junto a la mar nació. 
O de ella quizá. Recuerdo que vestía exclusivamente a medida del mejor paño inglés. Se los hacía Cardenal en Bilbao. La boina vasca de un azul marino impecable,  otras veces negra  era su alter-ego. 
Había conocido a Gardel y ganado un concurso de tangos en Buenos Aires en los años 30.
Le gustaba mientras pensaba, entretenerse haciendo bolitas de pan perfectamente redondas.

Arrasaba con su simpatía.
Era generoso de verdad. 
Espléndido. 
Flamboyant. Aldeano presumido y coquetón.

Jugaba al Mús en las tabernas y en los salones más exquisitos.
Ofrecía al ajedrez un jaque mate a gusto del contrincante. Y ganaba siempre.
Era una fuerza telúrica, mezcla de atavismo y elegancia.
Un vasco sin fronteras. Incorruptible. Insobornable. De alma tranquila. De una pieza. 
Bebía leche ardiendo,  le encantaba el champagne Royal Carlton de Bodegas Bilbainas.

Conocedor nato de la naturaleza humana dominaba una ciencia que él llamaba Mundología.
Dejó escritas tres mil páginas para la historia. Una parte en Euskara, otra en castellano.
Las tengo yo . Las Memorias y su tablero de ajedrez, último regalo. Así y mucho más era mi amigo.
Con el bandoneón de Milonga Sentimental o Cafetín de Buenos Aires, la memoria llena de tango me arrastra tratando de seguir  los pasos de mi bailarín inolvidable. 

Para morir entregó sus manos llenas de confianza que apreté contra mi corazón hasta mucho tiempo después de pararse el suyo. Luego volví a casa.  Pero yo  no era la misma. 
Vacía, sin  saber qué hacer y sin poder llorar,pasé de largo por su despacho. Sentada tremendamente sola vi a mi madre. Eran las tres de ka tarde y me fui a la cama.
A medianoche le escribí a mi padre,  como tantas veces  antes. Era su forma preferida de comunicarse. Es también la mía. 
Al día siguiente Andra Mari de Mundaka estaba llena hasta el tope, no cabía un suspiro. 
Fuera la noche cerrada. El viento aullaba en el campanario de la iglesia, y yo  huérfana de solemnidad subí al altar para decirle como si estuviésemos los dos solos , mi oración de despedida.

Aita que Mundaka sea tu cuna, enamorado tango las olas del mar, que bailes con la luna y que la brisa de Izaro arrulle tu corazón de sal, que las gaviotas jueguen con tu alma de blanca espuma libre ya, 
que escribas con pluma de ángeles,  que nos digas qué tal estás. que alumbres las estrellas y nos esperes para cenar en un bosque de verde profundo, bajo un roble frente al mar, hijo del talo y Odartzas, 
amigo del alma, dulces sueños duerme en paz. 

Recuerdo que  lloraron las olas y que el cielo se vistió de luto.
El temporal duró cinco días y cinco noches. 
La mar sólo se calmó cuando amorosa recogió en su seno  de Errandosolo las cenizas de mi padre  para abrazarle una vez más.

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NB: Esta crónica fue publicada en el diario

La Época_ (Chile) en 1996 __

“ tête à tête “ con Nelson Villagra Garrido para La Revista CineCubano

Nelson Villagra Garrido  ( El Conde ) en  La Última Cena,  de Tomás Gutiérrez-Alea Tomás Gutiérrez-Alea  Nelson Villagra Garrido es chillane...