Desde su cuarto Mariette des Forges oyó el repique insistente de la vieja aldaba. Le extrañó. Estaba sola en casa y era demasiado tarde para recibir visitas. Por la mirilla vio un hombre bajo la tenue luz del umbral que se protegía el rostro del viento helado con la bufanda. El aire helado de invierno es un escalpelo. Bajó de todos modos a ver qué pasaba. Preguntó quién era.
Soy periodista me llamo Jordan Parks, dijo enseñando sus credenciales. Disculpe que llegue tan tarde y tan de repente soy amigo de Hugo, estoy de paso en Montreal he hablado con él. Me ha citado aquí.
Hugo no ha llegado todavía Mr. Parks. Soy Mariette, su esposa.
Un placer señora. Siento lo intempestivo de la visita. Créame que lo siento, Hugo no tardará.
Parks al entrar dejó las botas en el vestíbulo como es costumbre aquí. Luego, en calcetines, siguió a Mariette al salón contiguo y se sentaron frente a frente.
No sabía de su amistad con Hugo.
Nos debíamos este encuentro hace tiempo dijo él con un dejo que bien podía resultar socarrón
Mariette se fijó en Jordan Parks por primera vez.
Flaco, boca de labios finos, voz meliflua, ojos diminutos detrás de las gafas, mirada quieta de boa.
Mariette... Mariette... Mariette des Forges… repetía una y otra vez. Bello nombre. Mariette …
Dejó el nombre suspendido en el aire. Sofocada le ofreció café un té cualquier cosa que rompiera el desconcierto del momento. Cualquier cosa. Algo que pareciera normal esperando a Hugo.
Me apetecería un whisky, dijo sin perderla de vista. Si no le importa.
No claro que no respondió ella poniéndose en pie de un salto, por supuesto que no. Con hielo, exigió más que pedir, mientras escrutaba cada rincón del salón, cada pintura, las fotos, el piano. Al final se dejó caer en el sofá semi- sentado, semi-tumbado, semi-letárgico clavados los ojos en Mariette, sin pestañear, vigilante. Salivando. Ella encendía un cigarrillo con otro tratando sin éxito de comunicar con Hugo que no respondía.
A qué había venido Jordan Parks si ese fuera su verdadero nombre. Sintió fuerte el atraganto. Sus manos, su repulsiva presencia su todo. Dónde se habría metido Hugo.
Dónde en lugar de solucionar una situación así de agobiante.
Había jurado mil veces no abrir la puerta de casa, como en el pasado no tan remoto, a boas y limacos. Cuántas veces antes había hecho oídos sordos, y otras tantas había entonado el mea culpa. Tantas que ahora no se fiaba ni de la luz del día.
Los limacos resbalan y se deslizan por la hierba fresca recién nacida de preferencia, la aplastan, dejan babas mientras se arrastran.
La boa abraza, asfixia. Incrusta veneno.
Le faltaba el aire. El aire no llegaba al estómago. Solo la nausea.
A menos veinte centígrados abrió el ventanal de par. Necesitaba respirar. Siete veces inspiró, sostuvo cuatro, expiró nueve, poco a poco, poco a poco, poco a poco respirando. Había llegado a lo mejor el momento de cortar atragantos en su vida.
Salió del salón y fue al teléfono de la cocina so pretexto de llamar a Hugo. Marcó el número de su taxista de confianza.
Venga de inmediato por favor M.Cirile, venga ahora mismo rogó en voz muy baja. La parada estaba cerca al otro lado del parque. Después, sin contemplaciones ni miramientos pidió al visitante que saliera de su casa. Sr. Parks no le creo una palabra. Nada. No sé quién es. Fuera de mi casa Sr. Parks. Salga. Un taxi le está esperando.
Jordan Parks dejó el vaso sobre la mesita del salón y con deliberada parsimonia se puso en pie. Quisiera pasar un instante al baño cerca de las escaleras, dijo, como si conociera la casa de memoria.
No, respondió Mariette. Y abrió la puerta de la calle.
Salga Mr. Parks. Fuera Mr. Parks.
Sin prisa se puso el abrigo la bufanda y se calzó las botas.
Mariette temblaba abrigada junto al quicio de la puerta. Tiritando. Dando diente con diente.Tiritando.
Bon soir Madame Mariette ! saludó el taxista.
Bon soir Monsieur Cirile !
Ça va, Madame de Forges ?
Pas vraiement Monsieur Cirile!
Jordan Parks caminaba poniéndose el sombrero, saludando a un público imaginario, murmurando iracundo, " ... imperdonable, imperdonable ... nos encontraremos ... cualquier día ... cuando menos lo esperes Mariette... pobre Mariette..."
Se reía, sin parar, sin control. La carcajada rasgó el silencio de la nieve.
Mariette cerró de un portazo, trancó las puertas, activó las alarmas, corrió escaleras arriba, sin aliento llegó al dormitorio. Entre cortinas con la luz apagada vio el taxi que salia del portón y se perdía en la profundidad de la noche.