la belle dame san merci |
Estamos llegando a fin de año.
Nunca hago propósitos. No sabría. Menos ahora que antes.
Huyo de compromisos imposibles. De cualquier certeza que parezca pomposamente verdad.
Esa verdad absoluta invasora, inútil e impúdica, torrente que arrasa y encubre.
Lo sé, respiro inquieta y me sumerjo.
Si pudiera haría una hoguera de despropósitos, actos fallidos, descuidos, omisiones, exorbitantes torpezas.
Poderosa es la necesidad de colmar el arca hasta desbordarla de lo que no sirve; llámense intenciones truncas, oquedades, palabras que sobran o que faltan, compasión escatimada, lágrimas atragantadas, llanto en compás de espera, humanidad a cuentagotas.
Echaría por la borda de mi bajel todo silencio cómplice, iniquidad que se hace costumbre.
Arrojaría a lo más profundo de la mar lo que fueron pundonores versallescos y hoy son cenizas. Nada más que cenizas.
Lanzaría a merced de las olas lo que perturba el espíritu.
Soltaría lastre como tantas veces he visto hacer a los vaporcitos que en pleno temporal que tratan de llegar a puerto.
La última vez fue el día que murió mi padre. Desde el balcón de los piratas. Nunca podré olvidarlo.
Entre las olas vertiginosas espesas color barro, un carguero enorme a la altura de Izaro aparecía y desaparecía , aparecía y desaparecía como si nunca pudiera salir del abismo, capeando a duras penas la terrible tempestad.
Llegan irreverentes las tres de la madrugada. Cuando creía haberme deshecho de propósitos y soliloquios la sangre recorre temores y sosiegos; la carcasa.
Corriente que se instala en la inclemencia de las horas.
En la quietud de la noche.