viernes, 17 de febrero de 2017

La tragedia del Fernando de Ybarra

La Tragedia del Fernando de Ybarra,  Pintura de  Ivan Aivazovsky




El Capitán Emaldi


El artículo que ayer cayó en mis manos a propósito del naufragio del vapor Fernando L de Ibarra, me dejó mal. No lo esperaba. Tampoco conocía las imágenes. De tanto oír  hablar sobre lo que pasó con "el tío Miguel", me había acostumbrado a la familiaridad de la tragedia, sin llegar al fondo. 

Mi madre tenía fotografías muy bonitas de él vestido de Capitán, elegantísimo, impecable en el Puente de mando, fumando en pipa. 
Como en las novelas.  
Alguna foto tendré guardada porque suelo robar ese tipo de recuerdos. Cuando la encuentre quizá la ponga en este blog.

Quienes le conocieron decían que "el tio Miguel", era un marino de verdad, enamorado de la mar,  que  navegar era su pasión  y hacía del barco un hogar para su tripulación. Que era un hombre bueno e inteligente, de trato extremadamente delicado. 
Decían que era de pocas palabras, que prefería escuchar . Que le encantaba leer. Y rezar. Y la música. Que llevaba siempre un rosario en el bolsillo. 

Miguel de Emaldi, era flaco, no muy alto, de rostro curtido por todos los vientos y mareas. Tenía una sonrisa preciosa a pesar de todo lo que fumaba. Era un hombre muy religioso, amante de su familia, de Nuestra Señora de Begoña, y de Ceberio, donde había nacido. 
Le gustaba respetar tradiciones y costumbres.  Tenía fama de austero. 
A la antigua usanza de nuestra tierra. 

En aquellos tiempos de guerra, cuando  la vida no era fácil para nadie, 
los marinos salían de casa y no regresaban en años. 
Eran campañas muy largas y duras. 

Contaba mi madre, que ese viaje fatal del Fernando L de Ibarra, sería el último "del  tío Miguel",  antes de retirarse. Demasiado  obvio, podría pensarse,  y sin embargo era la verdad. 
Uno cree que son cosas propias de las novelas, que nunca nos van a pasar.

Cuando los barcos salían  por la ría de Bilbao, desde Baracaldo hasta la mar, ayudados por remolcadores, era muy emocionante. 
Tocaban las sirenas y la gente se arremolinaba a lo largo del Muelle del Puente Colgante en Portugalete, para despedirles con txistu y tamboril bailando,  agitando pañuelos, y manos, lanzando besos al aire. 
Y lágrimas. 

El Capitán Miguel de Emaldi acostumbraba a despedir a los suyos desde el Puente; siempre.  Era un ritual en la familia.
Pero aquel 18 de Diciembre de 1943 , no fue así, ni avisó, no dijo nada.  El Fernando L de Ibarra se deslizó silencioso de madrugada, como un fantasma, invisible entre la niebla, apenas chapoteando el agua de la marea alta.  

Alguien avisó cuando el barco estaba muy lejos;  más allá de El Abra. 

Uno de los oficiales que se salvaron del naufragio, muy amigo de la familia, fue a casa a contar cómo pasó la tragedia y la última vez que vio a Miguel de Emaldi. 

Dijo que el  vapor Fernando L de Ibarra no era ya capaz de resistir un temporal de semejante magnitud, en pleno Atlántico enfurecido, en los acantilados de Peniche, Portugal, con olas horrendas de más de veinte metros  que se estrellaban contra el barco e impedían cualquier tipo de socorro; hasta que la fuerza de la tempestad lo partió  por la mitad y tardó tres días en llevarlo al fondo de la mar. 
Contaba mi madre, que Gabiola Zubizarreta, vio por última vez al Capitán Miguel de Emaldi,  en el Puente del barco  perfectamente sereno, con el rosario en la mano, rezando, despidiéndose, ordenándole que saltara al agua. Que se salvara.

Si fue verdad o mentira piadosa, no lo sabremos nunca.

Algunos que se salvaron del naufragio, tomaron el tren para ir a La Coruña a los funerales de los compañeros desaparecidos en el temporal.
El tren descarriló, y fallecieron dos de los tres que iban.

No sé si el destino existe. No sé ni lo quiero pensar en este momento.

Hasta aquí la trágica historia del Capitán Emaldi y de su tripulación, contada por quién la vivió y por mi madre.  
  

“ tête à tête “ con Nelson Villagra Garrido para La Revista CineCubano

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