viernes, 8 de diciembre de 2017

I love you William! Te quiero June

by Jack Vettriano


Hoy el pasado en Inglaterra vuelve desde cada uno de  mis diarios.
Cuando me fui, llorando debiera decir, creí que nunca volvería a vivir Camelot.
Ahora de vuelta  otra vez aquí estoy paseando por los paisajes donde antaño estuve,  Strattford-on-Avon. 

¡ Wimbledon!  cuando vivía allí e  iba todos los días al cine, una sala diminuta y cómoda, acogedora, antigua, con palcos.  Primero fue teatro.
Presentaba únicamente películas de los mejores autores ingleses. 

Sin duda Shakespeare en sesión continua.  A veces me acompañaba una amiga de Liverpool. Se llamaba June. 
¡June! eternamente enamorada. En esa época estaba loca por Paul McCartney.
Se peinaba como él, imitaba su voz,  su mismo acento.
Era una obsesión, una pasión más allá de cualquier expectativa real pero ella que pensaba todo lo contrario se lo tomó  a pecho. Tapizó su dormitorio con fotos de Paul. 

Yo prefería a George Harrison. Dadas las circunstancias mi elección importaba menos que nada en comparación.  Las monjas que dirigían la residencia no nos dejaban salir solas a la noche,  de modo que a mí pesar acompañaba a  June al London Palladium donde comenzaban a presentarse Cliff Richard and the Shadows, The Rolling Stones, Cilla Black, The Beatles, y  empezaban a hacer estragos. 
Juraba mi amiga que Paul nos habría distinguido desde el escenario entre cientos y cientos de admiradoras. Juraba June que había un beso para ella, mirándola.  
Estoy segura que deliraba.
En otro  concierto June se puso en trance;  lloraba, sollozaba hasta que caía al suelo semi desmayada, semi-orgásmica, pienso ahora.
La vi mesarse los cabellos repitiendo sin respiración, " Paul! Paul!"

Me dio un ataque de risa fenomenal. Pobre June. No merecía eso. Seguramente pudo ser un ataque de ansiedad del susto al verla poseída de tal manera por su compatriota de Liverpool. 
Después me acostumbré a hiperventilaciones varias, suspiros y lamentos de amor. Una noche volviendo a casa, agitada todavía, después de sus desahogos, le pregunté en mala hora,  por qué se ponía tan fuera de sí, tan insoportable. 
Por qué vociferaba de esa manera; qué sentía al ver a Paul.  
Pretendiendo apaciguarla argumenté que un amor tan quimérico no podría más que hacerle sufrir. "Masoquista, June, eso es ser masoquista".  Le sentó a cuerno, me acusó de fría, cruel, insensible y frígida. 
Are you crazy? le dije
Lo peor es que quizá June tenía razón, sin saberlo. 
A fin de cuentas qué sabía yo de mí misma con certeza que no fuera mi nombre. 
Saberlo no podría, aunque quisiera, hasta dentro de mucho, mucho tiempo por tradición y costumbre. Por religión  y creencias. Hasta la santidad del Matrimonio. Quizá. O quizá nunca. Como tantas mujeres del pasado no tan lejano estoy segura.
Saberlo significaba haber pensado, haber imaginado, haber deseado y por lo tanto haber pecado. Pecado mortal. Es decir confesionario. grave ofensa a Dios, vergüenza horrible. Alma atormentada. Escrúpulos de conciencia.
June era en ese sentido el polo opuesto,  el colmo de la modernidad. 
Tenía mucho de lo que carecía yo en el afán de ser,  "une femme fatale". 
El precio de la época, de la religión, de la familia, la mía, era no recorrer ese  camino escabroso, le gustaba decir a mi madre. Escabroso. Pecaminoso. De perdición. De oprobio. 
¡Oh deshonor entre las piernas situado! 
Para colmo aquella noche del concierto después del rifirrafe con June al tomar el metro hacia Wimbledon, topamos con la gota que desbordó el vaso. Era tarde. 
Bajábamos las escaleras mecánicas interminables al andén que nos correspondía. 
Al final de la cinta mecánica un hombre con gabardina y sombrero estaba plantado quieto, demasiado quieto para cosa buena y me entró el miedo. Iba la primera de la fila así que dí la vuelta y empecé a subir sin aliento por la correa que bajaba; tarea difícil cuando tiemblan las piernas y el corazón se agita. Logré después de grandes esfuerzos colocarme la última.
Debajo de la gabardina el caballero impasible estaba desnudo luciendo atributos agarrando a dos manos las barandillas de la estrecha escalera. Ya no daba tiempo a escapar... estábamos llegando. Entonces el estrafalario personaje se hizo a un lado y nos dejó pasar sombrero en mano, lanza en ristre. Allí quedó supongo merodeando en busca de alguna víctima más apetitosa que nosotras.
Supongo digo porque en la escapada no miramos lo que quedaba atrás.

Nunca más acompañé a June al London Palladium. Ni ella a mí al cine. Llegamos muy cabreadas las dos a la residencia. Muy. 
La mala uva duró un tiempo hasta que ella se aburrió de amores improbables con Paul, y las dos nos cansamos de estar de morros. 
Era salerosa y buena. Me perdonó el ataque de risa y el desaire de no haber llegado al extásis con "I want to hold your hand… I want to hold your hand …" 
Me perdonó el  no tener la más remota idea de lo que significaba ser frígida.
Por esos recuerdos y esas risas ¡ te quiero June! 
A la luz de las velas en la quietud de Stratford-on-Avon, hoy el tiempo no tiene edad. Esta noche mi amado y yo hemos cenado con el autor de Romeo y Julieta

I love you William ! 

“ tête à tête “ con Nelson Villagra Garrido para La Revista CineCubano

Nelson Villagra Garrido  ( El Conde ) en  La Última Cena,  de Tomás Gutiérrez-Alea Tomás Gutiérrez-Alea  Nelson Villagra Garrido es chillane...