jueves, 13 de diciembre de 2018

Al Capone en el ascensor

fotografías de la red collage mío



Anoche mientras me pintaba los labios de rojo Chanel sentí miedo repentino parecido al que me aterró hace años en el Hotel Lexington de Chicago, 1975. Mucho miedo al recordar aquel dia.
No se veía un alma cuando salí de la habitación en la quinta planta del controvertido hotel que había sido durante años cuartel general de Alfonso Gabriel Capone.
Mi habitación estaba en la quinta planta. Aquella mañana, mientras esperaba el ascensor, un empleado de la limpieza surgió de la nada con balde y fregona en mano. El pasillo estaba desierto. Me pareció raro que con tanto cachibache no bajara en el montacargas. Quedamos solos los dos. Al fin nos encontramos perra, dijo y detuvo el ascensor como si estuviese averiado. No podía creerlo. No podía. Estaba petrificada.
Apenas me sostenían las piernas. Eran las once de la mañana, había poca gente en el hotel. Por favor pulse el botón de bajada al lobby.
Pulsó, lo paró de nuevo, en seco, así varias veces subimos y bajamos.
Al final lo detuvo entre dos pisos, y se apoyó contra la puerta.
Era un ascensor antiguo. Lo habían adecuado conforme al reglamento de seguridad exigido sin perder su estilo Art Déco. El techo estaba tapizado de espejos biselados y las puertas de vidrieras fantásticas.
Lo que estoy contando ocurrió el penúltimo día de los diez que estuve en Chicago. Tuve tiempo para recorrer la ciudad pasar horas de horas en el Museo de Arte Contemporáneo, caminaba incansable por el paseo magnífico del Lago Michigan, donde el viento constante tan celebrado tan ruidoso fue música para mi.
En las películas de gangsters y de espionaje la heroína de la historia suele ser temeraria, valiente, y lleva una cápsula de cianuro entre los dientes que romperá antes de entregarse viva al enemigo.
Yo no.Yo estaba quieta parada muerta de miedo, mientras aquel hombre me olfateaba el pelo, el cuello, el pecho, la blusa, quiero tu perfume decía, el nombre, rápido el nombre, el nombre murmuraba. Me tapó la boca con una mano, le mordí y grite a pleno pulmón , L´air du Temps, imbécil. L´air du Temps.
Me gustas chillando perra, chilla dijo, chilla, chilla, chilla. Se acercó tanto que entre él y yo solo mediaba un ataque de ansiedad, un atolondrado pensamiento. Traté de apretar algún botón, escapar.
Me estampó contra la pared. Vendrán a por mí, grité, grité y grité. Sabiendo que nadie me esperaba.
Shut up you fucking bitch or I'll kill you !
Al Capone dónde estás , clamé, por si acaso.
Look what happens with your perfume, you whore!
Watch ! Watch me !
Pero le miré a la cara y no sé cómo sonreí, le sonreí, era tal el horror, que sonreí.
Si me dejas salir de aquí, murmuré, esta noche nos encontraremos tu y yo en la quinta planta, y te daré el perfume que quieras, lo que pidas, te lo juro mi perfume. Su aliento invadía el ascensor mientras me acariciaba la boca.
Luego pulsó el botón de bajada, sin parar hasta el nivel último del estacionamiento subterráneo.
La cabeza latía como si fuera a estallar.
Quizá me estaba muriendo.
Los titulares de algún periódico en el reino de Al Capone dirían:
Ella vestía vaquero azul y blusa camisera de seda color marfil. Iba con botas camperas de gamuza marrón. Tenian tacón perfecto para un andar garboso y cómodo, para correr si fuese preciso, desgraciadamente nada de eso pudo hacer. Llevaba sobre los hombros un abrigo beige de cachemira estilo Ali McGraw y una gargantilla con el Triskel celta.
Tan aterrorizada estaba, tan segura de que había llegado mi última hora que lo único que ansiaba era morir de un disparo certero al pecho.
Cuando el ascensor de Al Capone llegó al estacionamiento quiso arrastrarme fuera.
Dicen que en caso de secuestro es fatal cuando llevan a la víctima desde el escenario inicial al siguiente.
Sucedió como si de un milagro se tratara, uno de los tantos en mi vida, que se abrió la puerta y entraron en avalancha varias parejas vestidas todos de gran gala botellas de champagne en mano, felices, saludando riéndose, se abrazaban, me abrazaban. Bendito encuentro.
Entre luces, sombras, en la nada, tal cual había llegado al ascensor, había desaparecido el acosador.
¿Volvería a entrar otra vez en el último segundo... volvería igual que en las películas de horror...?
Y se cerraron las puertas.
Me preguntaron si me sentía bien.
Muy bien.
¿Al Lobby?
Si. claro que sí.
Lo narrado hasta aquí calculo que duró poco menos de una hora, nunca he llevado reloj, ni hubiese servido de mucho en el ascensor de Al Capone donde imaginé tantas formas de morir. Cuando el tiempo fue la eternidad.



“ tête à tête “ con Nelson Villagra Garrido para La Revista CineCubano

Nelson Villagra Garrido  ( El Conde ) en  La Última Cena,  de Tomás Gutiérrez-Alea Tomás Gutiérrez-Alea  Nelson Villagra Garrido es chillane...