viernes, 1 de febrero de 2019

Pasodobles y Pendencias

Francis Bacon





Senén era un hombre tranquilo y generoso. Podía dar la camisa o la vida con el mismo donaire. Llevaba siempre zapatos demasiado grandes que sobresalían. Tenía ojos pícaro, s sonrisa seductora a lo  Dean Martin. Era mundano, jugador, trotacamas, simpatiquísimo. Fumaba sin parar.  

No sé porqué le recuerdo ahora. Será quizá el color de la tarde, el silencio que desemboca en la Rivière des Outaouais. Silencioso momento que ha pasado y queda suspendido en el anterior. Regreso al momento agridulce cuando acompañé a mi padre a la ceremonia nupcial de una de las hijas de su amigo Senén con quien jugaba días y noches al ajedrez.

Era el primero al que llamaba cuando venía a Montreal y el último que despedía cuando regresaba a Bilbao. 

La fama de Senén era legendaria en la bohemia de Montreal la Nuit, años 70-80.  Ayudaba a todos los que podía sin hacer alarde de nada, tenía mucho dinero. Le vi perder cantidades enormes jugando al póker y levantarse de la mesa como si hubiera ganado. A mi padre le quería, le admiraba.  Conmigo tuvo un rifirrafe desafortunado. Dejé de hablarle y cuando trató de disculparse no acepté sus excusas. Me llamó pendenciera. Quizá tuviera razón, soy de memoria larga que no siempre es fácil soportar.  Era muy joven, mucho más que él, tenía yo poca mundología, tomaba a pecho cualquier bobada. Dadas las circunstancias acompañar a mi padre a la boda suponía claudicar ante Senen, pero mi padre era mucho padre. 


Senén estaba divorciado desde hacia más de veinte años de Calixta su primera esposa. 

Tenían dos hijas y un hijo. Cuando se dejaron ella juró venganza. Venganza que ejecutó a rajatabla. Ni siquiera le anunció el matrimonio de la hija mayor llegado el momento. Seguramente había pasado la mayor parte de su vida con Senén coronada de cuernos difíciles de perdonar. Cuento corto de historia larga, nos invitó a la boda. A mi padre le apreciaba a mí no tengo la menor idea, no nos conocíamos, ejercería de chófer para conducirle a la iglesia. Llevar y traer a unos y otros ha sido un leitmotiv a mi pesar. Lo llevo en el ADN. 

 

Decía que en la entrada de la catedral Senén y mi padre esperaban a la novia. Senén, conciliador y galante me beso la mano y abrazó. Hicimos las paces, total para qué añadir más leña al fuego. Terminaron allí mismo las pendencias. 

La cena nupcial fue como suele ser ese tipo de acontecimientos. Ninguna novedad en apariencia. No teníamos nada que hacer en aquel ambiente ninguno de los tres por diferentes razones. Qué manera de estar soberanamente aburrida y fuera de órbita en aquel ágape.

Finjo mal cuando estoy sin estar, me destempla. Mi padre era más diplomático, más tolerante; tenía gran sentido del humor; don de gentes se decía. 


Llegó al fin la tarta nupcial, qué alivio. Faltaba menos para el final. Ahora vendría el Vals. Sorprendiendo a todos Senén invitó a bailar a su hija. Ella le abrazó fuerte. Después todo sucedió en cámara lenta a la luz de las velas. Con repentino ímpetu mal disimulado la madre ordenó cesar el vals y arrebató de los brazos de su exmarido a la desposada. Pidió un pasodoble a la orquesta. No sé cual. Era lo de menos. Acto seguido Calixta besó a la hija en los labios,  cubrió su rostro con el velo y bailó con ella el pasodoble más deslumbrante y tremebundo imaginable apretándola contra sí como lo haría un hombre apasionado.

El flamante marido era a esas alturas una sombra. 

Recuerdo a las dos apenas rozando el suelo. 

La novia iba de blanco virginal. La madre con traje largo de seda bermellón danzaba por la pista girando y girando y girando, meciendo y bailando a su hija velada antes de entregarla a su esposo.

 

No olvido la prisa de mi padre por salvar a su amigo de tan mal trago ni las lágrimas de Senén a media noche, Avenue des Pins, camino a casa, los tres en silencio de claustro cuando dije por decir algo ¿ qué tal una partidita de Mus au champagne ?



Amanecimos jugando. 

“ tête à tête “ con Nelson Villagra Garrido para La Revista CineCubano

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