miércoles, 20 de marzo de 2024

PUNTO DE FUGA

Los vecinos nos han regalado frambuesas de verdad sin cruces de extraños sabores. Son pequeñitas irregulares, dulces, ruborosas, perfuman el pensamiento placer de dioses olvidado. 

 

M et Mme de Valois, así los llamaremos, suman entre los dos ciento setenta y cinco años. Comparten vida, tierra, casa, hogar  desde 1940 aquí mismo a la izquierda del jardín. Tuvieron infinidad de hijos, muchos nietos, biznietos. Como en los cuentos. Ahora otra vez están solos, los novios. 

 

Ella llama a su caballero Val, él sigue mirándola  a los ojos. 

Siguen gustándose. No me extrañaría que a la luz de las velas se dieran apasionados besos y se juraran una vez más amor eterno.

Él es un hombre fuerte de semblante normando antiguo, de espalda ancha no muy alto. Silencioso.

Ella es menuda, coqueta, de manos finas y óvalo gótico su rostro. 

Siempre lleva sombrero.

 

Entre los dos han creado a capricho la huerta más bonita imaginable en medio del jardín, a capricho, donde todo es lo que parece ser. Los tomates, qué alivio, crecen irregulares. En estos tiempos cuando se venden hasta  los suspiros, Monsieur de Valois no vende nada, todo lo da, lo regala. Dice que para eso siembra. Madame de Valois hace mermelada de rubarbo con moras, o de calabaza con fresas según su inspiración. Nos solemos ver a principios de Primavera hasta Noviembre. Ella no sale casi nunca y yo me enclaustro casi siempre. Pero en Octubre después del veranillo de los indios, recogiendo hojas antes del anochecer nos saludamos como corresponde al modo y manera quebecuá mezcla corsaria de desconfianza Mohawk y seda aterciopelada de Versalles.


Aimez-vous les framboises, Madame B?

Énormément, Madame de Valois !

 

De sonrisa en reverencia nos enfrascamos en cuentos de recetas y elixires otoñales casi susurrados por si el viento se llevara con las hojas, caramelizados secretos. Luego al  llegar el frescor de la tarde nos despedimos con la misma ceremonia rastrillo en mano sin haber recogido una sola hoja, ritual de otoño que éste año ha empezado antes con el regalo de las frambuesas. Cualquier día, pronto, les dejaremos al pie del árbol que acaban de plantar una botella del mejor néctar del Maipo.

 

Mme. de Valois se maquilla poco, apenas un rouge. Viste sobriamente. Probablemente ha cumplido a rajatabla con los cánones sociales que imponen cómo y cuándo una mujer debe ir mutando poco a poco en señora. Eso es lo que se ve o lo que se enseña. El otro aspecto, el íntimo, el que importa, casi siempre se lleva oculto. 

 

Mirando a mi vecina pienso en su transformación. En ella empezó por el pelo. Adios cabellera le dijo un día a su hermosa trenza. Escalofriante amputación pensé, qué horror. Mi vecina se fue bajando poco a poco de los tacones se enfundó en pulcros trajes de chaqueta, dejó de mirar a los que la miraban, y empezó a mirarse hacia dentro. Tanto se miró en ella que no se vió más en los ojos de los demás. Jura importarle un bledo. 

Val, el amor de sus amores, sigue sembrando y cosechando frutos y sonrisas en ella. La vida larga de Mme de Valois habrá discurrido dentro de un orden casi perfecto sin mayores sobresaltos. Protegida por la rutina familiar y social, satisfecha,  dentro de la costumbre no alterada de seguir estando donde se ha nacido, sin haber puesto en duda hábitos, creencias, tradiciones. Amistades. Sin haber sentido el dolor de una ausencia, de una despedida.

No habrá necesitado defender casa y hacienda. Ni se habrá sentido ajena a su paisaje ancestral. 

No sabrá lo que significa abandonar la propia raíz profunda. O que te arranquen de ella.

Ni sospechará la atracción mortal del vértigo. Tampoco la temeridad de atreverse a tocar fondo sin saber dónde exactamente se sitúa el punto de apoyo en el abismo y desde su insondable oscuridad  subir, subir, y volver a respirar, y sin saber cómo encontrar en la vulnerabilidad manifiesta el punto de fuga de la propia vida. 

 

Quién sabe si por todo lo no vivido, no sabido, no dudado, no reído o no llorado Mme. de Valois es una mujer feliz. 

Quizá haya preferido quedarse a la sombra de una bella apariencia pienso mientras la miro en medio de rubarbos, grosellas, calabacines, frutos de la pasión. Hoy quiero asomarme furtivamente el tiempo de una semifusa a su huerta escondida.

 

A lo mejor labró caprichosamente su bucólica existencia, o por el contrario atesoró viejas heridas debajo de la armadura, cicatrizadas unas, sangrantes otras, testigos de que existimos en perdurable intento. Huelga las certidumbre.

 

No podrá suponer Madame de Valois que todo lo escrito hasta el punto final me lo ha regalado ella con sus frambuesas, con sus brócolis, con su gesto amistoso pero distante, al más puro estilo Nouvelle France.

 

He entrado en casa ya tarde a escuchar música y escribir. 

La música siempre se apropia del alma y equilibra la respiración. Mi respiración. Las palabras. 

Palabras que vuelan  siendo más conjuro que certeza más misterio que estrofa, más victoria que lamento, más cábala que oración. 

Palabras que encuentran su rima en el sentimiento recóndito  sin resolver o resuelto a jirones. 

Hay un aroma en el aire que recuerda a las endrinas, al muérdago. A la niebla.

Poco se imaginará la vecina de al lado la fuerza expansiva del sabor de la frambuesa mientras a sus ochenta y tantos seguro que ronronea provocadora en brazos de su normando.


Contagiosa Madame de Valois.

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“ tête à tête “ con Nelson Villagra Garrido para La Revista CineCubano

Nelson Villagra Garrido  ( El Conde ) en  La Última Cena,  de Tomás Gutiérrez-Alea Tomás Gutiérrez-Alea  Nelson Villagra Garrido es chillane...