Desde el balcón de Nelson y nuestros   piratas veo la puerta que baja a  las peñas de Errandosolo los árboles de verde oscuro, flores, las olas que perfuman el aire de yodo y salitre. 
En el cielo las nubes escriben su propia historia. La bandera de Francis  Drake ondea a mi lado oteando  Izaro. Desde el fondo de la mar el peñón de Ogoño resiste las embestidas de la galerna, no hay ola salvaje que desafíe su raíz insondable. Ahora que estoy cerca de los fantasmas, los sueños recurrentes se desvanecen entre niebla y algas. El  paisaje obliga  a mirar en cámara lenta lo vivido. Cada habitación, cada teja, cada peldaño de esta casa puede contar la historia de muchas vidas. Si cualquiera de las dos cocinas hablaran descubrirían secretos de familia que se han ido a la tumba con sus personajes. Confesiones, secretos  a media voz,  risas, atragantos, llanto, rostros, arrepentimientos. 
Recuerdo el sabor de los txipirones y del pil-pil  hechos a la brasa en cazuelas de barro de Gernika , el besugo al horno. El sabor de la cuajada con miel de trébol. Voces. Tertulias antes de amanecer. Colores de la memoria.  
Desde aquí suelo escribir, es el despacho de mi padre donde hace mucho empecé a contar con tinta azul marino  lo que sentía, cuitas y avatares codificados en cuadernos fantásticos de lino color vela Basildon Bond. Los escoindía  para que nadie atropellaría  mi intimidad. 
Entre caseríos y montes  se ven  algunas  ovejas que pastan inocentes en la pradera cerca de sus corderillos,  ajenas a los peligros que los acecha, emboscados, en depredadores hambrientos cuando menos se espera que  despedazan   sin piedad, a dentelladas y con saña el corazón de sus víctimas abandonadas  a merced de  ellos, los lobos con disfraz de corderos. 
Recuerdo un viejo dicho quebecuá  que reza así : 
“Les moutons  dans la plaine sont en danger du loup”
(Las ovejitas en la pradera están a merced del lobo). Reza un viejo dicho quebecuá.
 

 
 
 
 
