en el balcón de mi casa en Madrid con Cristina, Florentina, y Maria Gaytán de Ayala |
Éramos cuatro amigas inseparables:
Florentina Quiñonero, Cristina Sànchez-Menán, Maria Covadonga Gaytán de Ayala y yo.
Nuestro fin era estar siempre juntas.
Yo ejercía de mecánico temerario en un Seat 600 azul que aparcábamos a mano en cualquier sitio de Madrid a veces a empujones en plena Gran Vía frente al cine Lópe de Vega, nuestro favorito.
Yo ejercía de mecánico temerario en un Seat 600 azul que aparcábamos a mano en cualquier sitio de Madrid a veces a empujones en plena Gran Vía frente al cine Lópe de Vega, nuestro favorito.
María era asmática y la cuidábamos cual hueso de Santo. No hacía esfuerzos se limitaba a dirigir las maniobras y troncharse de risa.
Por supuesto siempre hubo donceles dispuestos a levantar el coche en vilo y estacionarlo en sandwich.
Las cuatro estábamos en la misma clase en el Colegio de las Esclavas de Martínez Campos.
Por supuesto siempre hubo donceles dispuestos a levantar el coche en vilo y estacionarlo en sandwich.
Las cuatro estábamos en la misma clase en el Colegio de las Esclavas de Martínez Campos.
Fuimos el tormento de las monjas durante cuatro años. Ah, les enfants térribles !
Las aulas eran el escenario donde actuábamos.
Nuestro personaje predilecto era la Madre Carmen Pemán, hija predilecta del dramaturgo José María Pemán. Enseñaba Literatura.
Nuestro personaje predilecto era la Madre Carmen Pemán, hija predilecta del dramaturgo José María Pemán. Enseñaba Literatura.
También imitábamos a la profe de Historia que tenía la desgracia de llamarse Isabel Sastre lo mismo que Elizabeth Taylor,
Tanta era la juerga que nuestras compañeras preferían quedarse sin recreo para asistir a la Performance.
Los Domingos nos tocaba " hacer caridad ".
Así llamaba las monjas el asunto que me da tanta vergüenza ahora.
Íbamos a los barrios miserables, La Celsa y El Pozo del Tio Raimundo.
Íbamos a los barrios miserables, La Celsa y El Pozo del Tio Raimundo.
La Celsa, inmundo basurero de Madrid, apestaba, y donde cualquier desmadre podía ocurrir.
Vivían entre escombros y porquería los gitanos de verdad, no los de novela ni castañuela.
Vivían entre escombros y porquería los gitanos de verdad, no los de novela ni castañuela.
Gitanos de navajas cabriteras que manejaban mejor y más rápido que el más consumado espadachín el florete. Gitanos de rituales salvajes.
Con ellos en medio de ellos, del caos humano y social cohabitaban dos jesuitas, el P. Giner y el P. Llanos con varios de sus alumnos, alternándose en las tareas de lo que hiciese falta.
Pronto nos dimos cuenta de que nosotras cuatro éramos algo así como paracaidistas aterrizando en campo enemigo. Nos miraban mal, estábamos de más. No querían testigos de sus miserias. Sobraba todo aderezo, los mocasines, las falditas escocesas, los modales y otras exquisiteces, especialmente sobraba nuestro espíritu caritativo, el paternalismo indecente.
Felizmente el P. Llanos nos dejó claro que allí nadie iba a hablar de Dios ni a recuperar almas para el cielo. Ni a enseñar catecismo. Mucho menos a hacer Caridad mongil. La Celsa no se trataba de un de lavatorio de conciencias. Dios importaba poco o nada dadas las circunstancias. Otras cosas mucho. Educación, salud. Derechos elementales. La salvaje diferencia de clases.
La madre de María le había prohibido terminantemente emplear los domingos con gitanos y curas comunistas. Qué bobada. Y qué mporta sea por Dios, por Marx, por Buda o por St. Exupery
Bastaba el simple humanismo parecido a la cordura espiritual.
María hizo varias huelgas contra los designios de la familia.
Se negaba sistemáticamente a obedecer la voluntad férrea de sus padres. Dejó de asistir a las consabidas puesta de largo, a las bodas. Se metía en la cama y so pretexto del asma. Alejandro Gaytán de Ayala sorbía los viento por su hija y no le importaba cuando María declaraba a pleno pulmón ser ácrata, en aquel momento de nuestras vidas.
Cristina, preciosa mujer, coqueta recalcitrante, dejó de ir a La Celsa por otras razones.
Prefería hacer cruceros, seducir a los oficiales y volver a casa con galones conseguidos a punto de encanto. Trofeos de guerra decía. Adoraba a los hombres. Los dejaba mirando constelacionesCuando sonreía toda ella era burbujas de champagne.
Al final quedamos Florentina , Juan Luis, y yo con Llanos Gener y otros compañeros de los jesuitas.
Recuerdo aquella misa de Nochevieja en medio del basural en altar improvisado sobre cajas de cartón.
Me acuerdo de la Consagración y Comunión con Pipermint, bebida preferida por los gitanos entonces, no sé ahora. Un niño diminuto hacía música con la guitarra destartalada e inservible que dios sabe dónde la encontró, tenia una sola cuerda. Al pensar en el P. Llanos recupero la Fe.
Cambió sin sermones ni arengas sino todo lo contrario, con amor verdadero, un mundo imposible de penetrar ni avasallar, sin Ángel exterminador. sin Dios de Castigo. El mismo Dios que utilizaba La Iglesia de entonces para inciensar a Francisco Franco Bahamonte , al entrar bajo palio en la catedral .
Una tarde tormentosa de Diciembre estábamos Florentina y yo en La Celsa y prestamos el coche al compañero que tenía que ir a buscar a una gitanilla muy joven embarazada en fatal estado.
Para hacer corto un cuento largo breve estaba en medio de un descampado y llovían cántaros.
Total derrapó el coche y que cayeron rodando por un barranco de barro. Ella perdió su bebé, Juan Luis salió maltrecho. Eran las doce de la noche cuando aparecieron como fantasmas entre escombros.
Nuestros padres habían llamado a la policía.
Gracias al P. Llanos conseguimos que vinieran a buscarnos a Florentina y a mí.
Nosotras no podíamos ni quisimos decir que Juan Luis conducía.
En el ascensor me deshice el moño y rasgué la ropa un poco para justificar las vuelta de campana .
Pésima idea.
Pésima idea.
Llegaba a unas horas en que jamás en la vida habría osado aparece para colmo despeinada, con la ropa a jirones, los zapatos hechos un asco, tiritando de frío, quizá violada pensarían. Horrible .
Un desastre. Bronca ya inevitable.
Un desastre. Bronca ya inevitable.
Florentina hizo lo mismo con idénticas consecuencias. No dijimos nada nunca. Nunca.
A los dos nos acribillaron a vacunas, a todo tipo de pruebas que soportamos sin dec ir agua va.
Los médicos no encontraron rastro del golpe tremendo en nuestros jacarandosos cuerpos.
Sencillamente no nos habíamos caído por el terraplén.
Según la policía fue un milagro del Altísimo haber salido indemnes del coche estampado en un riachuelo después de haber rodado quince metros.
¡Sorprendente ! aseguraron y se persignaban.
Una grúa lo sacó de allí después de quedar patas arriba.
Una grúa lo sacó de allí después de quedar patas arriba.
La gitanilla y Juan Luis estaban bien con múltiples magulladuras y la pérdida del bebé.
El P. Llanos se hizo cargo de todo. Como siempre.
Florentina y yo quedamos bajo observación médica por si se tratara de una fractura interna.
Cada cierto tiempo nos hacían radiografías. Nuestra sonrisa más falsa que Judas, contra toda delación, fue el mejor alibí. De todas maneras nos llamaron insustanciales, frívolas, sinsorgas, irresponsables y muchas cosas más. Nos pusieron a caldo.
Pocos días antes de morir mi padre, estando los dos solos en plan confidencias , le
Cada cierto tiempo nos hacían radiografías. Nuestra sonrisa más falsa que Judas, contra toda delación, fue el mejor alibí. De todas maneras nos llamaron insustanciales, frívolas, sinsorgas, irresponsables y muchas cosas más. Nos pusieron a caldo.
Pocos días antes de morir mi padre, estando los dos solos en plan confidencias , le
conté la verdad. Algo sospechaba, dijo él con los bigotes hacia arriba como cuando estaba contento.
Este recuerdo se lo regalo a María, a Florentina, a Cristina, a Juan Luis, a A los gitanos. Al padre Llanos. María hace unos años anda navegando por el Camino de la Vía Láctea.
Sigo queriéndoles a todos tanto como cuando éramos el proyecto inimaginable de nuestras vidas.
Sigo queriéndoles a todos tanto como cuando éramos el proyecto inimaginable de nuestras vidas.
Revisando fotos he encontrado ésta tan llena de sonrisas, tomada con una Rolleiflex de mi padre corriendo como locas para llegar a colocarnos antes de que se disparase el obturador,
Por eso las caras de velocidad.