miércoles, 14 de febrero de 2007

Punto de Fuga, el rubor de la frambuesa






James-Jacques Joseph Tissot




Los vecinos  nos han regalado frambuesas de verdad sin cruces de extraños  sabores. Son pequeñitas irregulares, dulces, ruborosas, perfuman el pensamiento. Placer de dioses olvidado. 
M et Mme. de Valois, así se llaman, suman entre los dos ciento setenta y cinco años. Comparten vida, tierra, casa y hogar desde 1940 aquí mismo a la izquierda del jardín. 
Tuvieron infinidad de hijos, muchos nietos, biznietos. Como en los cuentos, y  otra vez están solos los novios. 
Ella llama a su caballero Val y él la sigue mirando a los ojos.  Parece a simple vista que son viejos amantes que se gustan. 
No me extrañaría que a la luz de las velas se dieran apasionados besos y se juraran una vez más amor eterno.
Él es un hombre fuerte, de semblante normando antiguo, de espalda ancha, no muy alto. Silencioso.
Ella es menuda, coqueta, de manos finas y óvalo gótico. Siempre lleva sombrero.

Entre los dos han creado la huerta más bonita imaginable en medio del jardín. A capricho, donde todo es lo que parece ser. Hasta los tomates, qué alivio, crecen irregulares. En estos tiempos donde se vende la respiración, Monsieur de Valois no vende nada, todo lo da. Lo regala. Dice que para eso siembra. Madame de Valois hace mermelada de rubarbo con moras, o de calabaza con fresas, según su inspiración. Nos solemos ver a principios de Primavera, hasta Noviembre. Ella no sale casi nunca y yo me enclaustro casi siempre. Pero en Octubre, después del veranillo de los indios, recogiendo hojas antes del anochecer nos solemos saludar como corresponde al modo y manera quebecuá, mezcla corsaria de desconfianza Mohawk y seda con terciopelo de Versalles.

Aimez-vous les framboises, Madame B? 

Énormément, Madame de Valois!


De sonrisa en reverencia nos enfrascamos en cuentos de recetas y elixires otoñales, casi susurrados, por si acaso el viento se llevara con las hojas caramelizados secretos. Luego, después de un largo rato entrando el frescor de la tarde nos despedimos con la misma ceremonia rastrillo en mano sin haber recogido una sola hoja.

Ese sería el ritual de otoño que éste año ha empezado antes con el regalo inesperado de las frambuesas. Y cualquier día, pronto, les dejaremos al pie del árbol que acaban de plantar, una botella del mejor néctar del Maipo.

Mme. de Valois se maquilla poco apenas un rouge. Viste sobriamente. Probablemente ha cumplido a rajatabla con los cánones sociales que imponen  cómo y cuándo una mujer debe ir mutando poco a poco en señora.
Pero eso es lo que se ve o lo que se enseña. El otro aspecto, el íntimo, el que importa, casi siempre se lleva oculto. Desde la cuna. 

Mirando a mi vecina pienso en su transformación. En ella empezó por el pelo. Adios cabellera  le dijo un día a su hermosa trenza. Escalofriante amputación. 
Mi vecina se fue bajando poco a poco de los tacones, se enfundó en pulcros trajes de chaqueta, dejó de mirar a los que la miraban y empezó a mirarse únicamente hacia dentro. Hasta que dejó de verse en los ojos de los demás. Pero no le importa porque Val, el amor de sus amores. sigue sembrando y cosechando frutos en ella.

La vida larga de Mme de Valois habrá discurrido dentro de un orden casi perfecto sin mayores sobresaltos. Protegida por la rutina familiar y social, satisfecha dentro de la costumbre no alterada de seguir estando donde se ha nacido sin haber puesto en duda hábitos, creencias, tradiciones. 

No habrá necesitado defender casa y hacienda. Ni se habrá sentido ajena a su paisaje ancestral. No sabrá lo que es arrancarse de raíz de las propias raíces. O que te arranquen. Ni sospechará la atracción del vértigo, ni la temeridad de atreverse a tocar fondo sin saber donde exactamente se sitúa el punto de apoyo en el abismo y desde su insondable oscuridad, tomar impulso y subir y volver a respirar y encontrar en la vulnerabilidad transparente,  el sentido de algún por qué misterioso.

Quién sabe si por todo lo no vivido, no sabido, no dudado, no reído o no llorado Mme. de Valois es una mujer feliz. Quizá haya preferido quedarse a la sombra de una bella apariencia,  pienso mientras la miro en medio de rubarbos, grosellas, calabacines, frutos de la pasión.  Después de mucho cavilar
lo único que tengo claro es la incógnita que nos envuelve.
Hoy quiero asomarme furtivamente el tiempo de una semifusa a su huerta escondida.
A lo mejor  labró caprichosamente su bucólica existencia, o por el contrario atesoró viejas heridas debajo de la armadura, cicatrizadas unas sangrantes todavía otras,  testigos de que existimos en  perdurable intento. 

No podrá suponer Madame de Valois que todo lo escrito  hasta el punto final me lo ha regalado ella con sus frambuesas, con sus brócolis, con su gesto amistoso pero distante al más puro estilo Nouvelle France.
He entrado en casa ya tarde a escuchar música y escribir. 
La música siempre se apropia del alma y equilibra la respiración.  Mi respiración. Las palabras.
Palabras que se escapan siendo más conjuro que poesía, más misterio que estrofa, más victoria que lamento, más cábala que oración. Palabras que encuentran su rima en el sentimiento subyacente sin resolver o  resuelto a jirones en este otro norte repartido; el de las cien razas humanas diferentes que habitamos, sin permiso aborigen,  territorio mohawk, hurón, quebecuá.

Así me ha dejado divagando  un saludo con sabor a frambuesa que recuerda no sé por qué las endrinas, el muérdago. La niebla.

Poco se imaginarán la vecina de al lado la fuerza expansiva del sabor de la frambuesa. 

Mientras tanto ella, a sus ochenta y tantos, seguro que ronronea provocante en brazos de su normando. 


Contagiosa Madame de Valois. 

“ tête à tête “ con Nelson Villagra Garrido para La Revista CineCubano

Nelson Villagra Garrido  ( El Conde ) en  La Última Cena,  de Tomás Gutiérrez-Alea Tomás Gutiérrez-Alea  Nelson Villagra Garrido es chillane...