martes, 7 de febrero de 2017

Rose Marie


Edward Burne Jones



Rose Marie, medio dormida todavía  escribe antes de amanecer  palabras sueltas en la hoja pasada de fecha de un calendario chiquito lleno de garabatos, aparentemente sin sentido, guardado en el cajón de la mesilla.  “ Reflejo de velas, pisadas, sigilo, fiebre, extremaunción, boda, confesión, secretos, media voz, sigilo guardado con sello, Raimundo de Mont-Dragone …  ”
Las sombras alargadas de los hábitos se proyectan por las paredes  de la enfermería y en el altísimo techo del internado.  
En la cama blanca una niña de cinco años arde de fiebre, delira y se debate entre sábanas como en las aguas turbulentas de un vientre que la rechaza antes de nacer. 
Se llama Rose Marie de Mont-Dragone

Las monjas no saben qué más hacer con ella. 
El viento de invierno agita las ramas de los árboles centenarios contra las ventanas. Silba mucho entre las persianas de madera a medio bajar. 

Esta niña padece una enfermedad impropia de su edad, semejante a la melancolía, dicen los médicos.
El tiempo transcurre con desesperante lentitud. No hay mejoría. 
Habrá que avisar a sus padres.
Vuelve peor el delirio,  la fiebre,  la pesadilla recurrente.
Una  nube lejana muy alta apenas visible en la inmensidad del cielo empieza a bajar poco a poco. 
A medida que se acerca a la cama de Rose Marie va perdiendo albor hasta convertirse en una masa viscosa que la inmoviliza. Quiere gritar pero la voz se escapa y se pierde.
Extiende los brazos como una gaviota tratando de emprender el vuelo con ímprobo esfuerzo.
Luego se desploma   .
No puede regresar al tiempo cuando fue ilusión en el corazón de su padre.
Ni volver al punto cero antes del rechazo. Antes de las pesadillas. 
Mucho antes de tantas cosas.

El desamor, escribe Emma,  es un  torrente desbordado que arrasa sepulta sofismas destruye dogmas y busca la caída libre en el abismo de la inexistencia .

A la hora Prima de la Comunidad, en el Jardín de Miosotis azules yace el cuerpo sin vida de Rose Marie.
Lleva puesto un camisón de hilo de Irlanda bordado con su nombre. Está descalza y sonríe con la mirada fija en el cielo infinito.
Sus manos diminutas se aferran al camafeo que lleva el sello de Raimundo de Mont-Dragone con una leyenda de Virgilio escrita en latín.

Semper honos nomenque tuum laudesque manebunt

"Siempre permanecerá en mi memoria  tu honor, tu nombre y tu alegria "

No hay más. 




“ tête à tête “ con Nelson Villagra Garrido para La Revista CineCubano

Nelson Villagra Garrido  ( El Conde ) en  La Última Cena,  de Tomás Gutiérrez-Alea Tomás Gutiérrez-Alea  Nelson Villagra Garrido es chillane...