Desde las peñas de Errandosolo hasta mi cuarto subía a oleadas la fragancia del salitre que impide el olvido.
Ahora todo está a la distancia debida.
Lejos la espuma alborozada de las olas, lejos el reflejo de la luna en el agua, lejos el barco corsario de cristal azul surcando el cielo entre Izaro y Ogoño con sus fantásticos piratas abordo robando estrellas, cargado de luz, en la inmensidad de la noche.
Lejos están ya las lamias sentadas entre las tejas velando el sueño de los inocentes.
Lejos el susurro de las mareas.
Lejos ya el tiempo esperado que pasa y se desvanece.
Lejos el abrazo anhelado de los encuentros, la sonrisa sin aspaviento, la emoción sin recelos.
Oigo suaves pisadas en la hierba poco antes del alba, puertas que se abren y se cierran cautelosamente, la subida en puntillas por las escaleras hasta el nido de las gaviotas.
Renace el vaivén del columpio de flores cuando la noche es más oscura, la emoción de un beso que inesperados, la sonrisa espontánea, la risa contagiosa, la profundidad de las penas , el canto de las gaviotas.
Adivino en la oscuridad una boina que revolotea por encima de la barandilla, que se detiene un segundo y luego desaparece otra vez al llegar el aura.
Otra sombra se sienta en la silla roja de rejilla que siempre está debajo de la vidriera de la entrada y lleva escrito mi nombre, Bego-oña.
Contemplo desde el columpio oxidado por el tiempo y las borrascas, mi vida.
Empiezo a balancearme al compás de la música que inunda la terraza como entonces.
No pude en aquel momento disimular los latidos sin miramientos de mi corazón agitado cubierto apenas por un vaporoso vestido rojo que flotaba al danzar.
Era una plácida tarde de verano anocheciendo en Izaro.
Había gran fiesta en la terraza, celebrando mis quince años recién cumplidos, cuando me encontré en brazos del héroe de mis sueños.
Me invitó a bailar un vals. Despacio volé a su encuentro. Me tomó por la cintura como si abrazara un haz de espigas estremecidas por el vendaval .
Asomando por Laga, presumiendo hermosa en el Urdaibai hasta Gernika, brillaba la luna.
Se detuvieron las horas y el qué dirán.
Vendría de todas maneras el consabido interrogatorio de padres y confesores.
Vendrían los cotilleos, pero no importaba.
En el confesionario Don José Martín, el párroco, preguntaría si había bailado a prudente distancia.
Si había tenido pensamientos impuros, sentido deseos pecaminosos, si había consentido en ellos.
Me reprocharía la familia haber estado después toda la tarde con un hombre mayor que yo.
Dirían que era un seductor.
Vendrían los cotilleos, pero no importaba.
En el confesionario Don José Martín, el párroco, preguntaría si había bailado a prudente distancia.
Si había tenido pensamientos impuros, sentido deseos pecaminosos, si había consentido en ellos.
Me reprocharía la familia haber estado después toda la tarde con un hombre mayor que yo.
Dirían que era un seductor.
Ume lapur! sentenció mi querido padre en euskera.
Ume lapur, repitió cariñosamente.
Ume lapur, repitió cariñosamente.
Al día siguiente apareció en casa como por arte de birlibirloque mi Director Espiritual, amigo íntimo de la familia. Querrían digo yo, los padres, asegurarse de que seguía en gracia de Dios después de haber bailado tanto y tan cerca, Sobre las olas.
Concluyeron que todo había sido una simple turbación pasajera.
Concluyeron que todo había sido una simple turbación pasajera.
No se les ocurrió imaginar, claro no, que la pulsión de aquel vals podría convertirse en deseo latente más allá de lo prohibido.
Entre los dos párrafos queda el tiempo que pasa. El tiempo transcurrido. La vida.
Ahora pienso cuánto de lo escrito fue verdad o mera fabulación del primer amor .
Entre los dos párrafos queda el tiempo que pasa. El tiempo transcurrido. La vida.
Ahora pienso cuánto de lo escrito fue verdad o mera fabulación del primer amor .
A veces sueños e imaginación confunden la realidad.
Llego al final de la hoja y Joan Báez canta Careless Love con Bob Dylan.
Han crecido mucho los arces al fondo del jardín.
La buganvilla que vive en la cocina de casa se ha llenado de flores rosas.
La buganvilla que vive en la cocina de casa se ha llenado de flores rosas.
Todo se ha convertido en recuerdo.