El cielo sigue de azul
letárgico.
Cuando no hay nubes
cargadas de agua ni escucho el bramido del viento cierro las cortinas.
No me gusta el
sol.
Leo incansablemente
Comentan en la
radio que la vida de los gobernantes es muy sacrificada que la crisis
mundial está en el menú del día, que la guerra es un mal necesario,
que la hambruna es un invento, que el tercer mundo está en otro
planeta, que, que que .
Llueven interrogantes
sin respuesta.
Reaparecen los zafios
de mil caras, patéticos, ridículos. Impresentables. Como siempre.
Semi-sentada
semi-tumbada en el diván contemplo las cortinas desgastadas de lino grueso
natural.
El tiempo ha ido
guardando entre pliegues rostros, momentos, confesiones a media voz a
prueba de lavado. Conmigo han ido y conmigo han vuelto de viaje en viaje
y otros destierros.
Se han acomodado a
techos altos, techos bajos, paredes anchas, salones con recovecos, tantas
cosas. Guardan entre sus hilos horas contadas segundo a segundo, vigilias,
música, zozobra.
Y las múltiples caras
del silencio.
En la penumbra aparece
una sombra alargada enredada en el lino. La silueta de
alguien que conocí de pequeña en Mundaka. Un vagabundo a quien todos llamábamos
"Gandhi."
"Gandhi" era
alto, torcido, muy flaco con facha de Quijote sin Sancho, cabalgando solo y sin
rumbo sin lanza ni Rocinante. Aparecía y desaparecía entre calles invisible
como un suspiro. En invierno y en verano llevaba el mismo traje
gris sin corbata colgándole del esqueleto. Usaba una camisa blanca atada
hasta arriba recosida a la solapa con enormes puntadas y zapatos sin
calcetines sin cordones con la suela transparente de tanto caminar. Iba
siempre con un saco grande al hombro. Dormía a la intemperie en los bancos
de La Atalaia en Mundaka o donde podía. Donde le dejaban.
Los tres dientes que le
quedaban en la boca le servían para sujetar una sempiterna colilla
verdosa que recogía del suelo en las tabernas y por la calle.
"Gandhi"
nunca fue joven ni viejo. El tiempo le había regalado una edad
indefinida. Podría haber sido El Flautista de Hamelin. Las ratas eran amigas
suyas y los niños también, solamente le faltaba la dulzaina.
Cuando llovía abría un
colador que alguna vez fue paraguas y esbozaba una mueca llena de pena que
deseaba ser sonrisa .
Recuerdo sus ojos
de color perpetuo hundidos en profundas cuencas sombrías.
Pensando en él ahora me
alegro de que haya muerto antes de que se pusiera de moda matar a palos a los
mendigos, antes de que el típico chico-majo sin nada más que hacer
que hacer mal, se hubiera ensañado con quién se llamaba pomposamente
Eugenio.
Eugenio-Gandhi.
Eugenio como O´Neill.
Eugenio igual
que Delacroix
"Gandhi" por
mérito propio.
Todavía echo
de menos su risa desdentada.
Su bondad.
Su mirada de tristeza
milenaria.
Aquella soledad,
aquella soledad .