lunes, 20 de febrero de 2017

Sotto voce para Gandhi

Nicolás de Leyde







El cielo sigue de azul letárgico. 
Cuando no hay nubes cargadas de agua ni escucho el bramido del viento cierro las cortinas. 
No me gusta el sol. 


Leo incansablemente

Comentan  en la radio que la vida de los gobernantes es muy sacrificada  que la crisis mundial está en el menú del día,  que la guerra es un mal necesario,  que la hambruna es un invento,   que el tercer mundo está en otro planeta, que, que que .

Llueven interrogantes sin respuesta. 
Reaparecen los zafios de mil caras, patéticos, ridículos. Impresentables.  Como siempre.
Semi-sentada semi-tumbada en el diván contemplo las cortinas desgastadas de lino grueso natural. 
El tiempo ha ido guardando entre pliegues rostros, momentos, confesiones a media voz a prueba de lavado. Conmigo han ido y conmigo han vuelto de  viaje en viaje  y otros destierros. 
Se han acomodado a techos altos, techos bajos, paredes anchas, salones con recovecos, tantas cosas. Guardan entre sus hilos horas contadas segundo a segundo, vigilias, música, zozobra.


Y las múltiples caras del silencio.

En la penumbra aparece  una sombra alargada enredada en el lino.  La silueta de alguien que conocí de pequeña en Mundaka. Un vagabundo a quien todos llamábamos "Gandhi."  

"Gandhi" era alto, torcido, muy flaco con facha de Quijote sin Sancho, cabalgando solo y sin rumbo sin lanza ni Rocinante. Aparecía y desaparecía entre calles invisible como  un suspiro.  En invierno y en verano llevaba el mismo traje gris sin corbata colgándole del esqueleto.  Usaba una camisa blanca atada hasta arriba recosida a la solapa con enormes puntadas y zapatos sin calcetines sin cordones con la suela transparente de tanto caminar. Iba siempre con un saco grande al hombro. Dormía a la intemperie en los bancos de La Atalaia en Mundaka  o donde podía. Donde le dejaban. 

Los tres dientes que le quedaban en la boca le servían para sujetar una sempiterna colilla verdosa que recogía del suelo en las tabernas y por la calle.
  
"Gandhi" nunca fue joven ni viejo.  El tiempo le había regalado una edad indefinida. Podría haber sido El Flautista de Hamelin. Las ratas eran amigas suyas y los niños también, solamente le faltaba la dulzaina.
 
Cuando llovía abría un colador que alguna vez fue paraguas y esbozaba una mueca llena de pena que deseaba ser sonrisa . 
Recuerdo sus ojos  de color perpetuo hundidos en profundas cuencas sombrías.

Pensando en él ahora me alegro de que haya muerto antes de que se pusiera de moda matar a palos a los mendigos, antes de que el típico chico-majo  sin nada más que hacer que hacer mal, se hubiera ensañado con quién se llamaba pomposamente Eugenio. 

Eugenio-Gandhi.

Eugenio como O´Neill.
Eugenio igual que Delacroix 
"Gandhi" por mérito propio.


Todavía  echo de menos su risa desdentada.
Su bondad. 
Su mirada de tristeza milenaria.

Aquella soledad, aquella soledad .






“ tête à tête “ con Nelson Villagra Garrido para La Revista CineCubano

Nelson Villagra Garrido  ( El Conde ) en  La Última Cena,  de Tomás Gutiérrez-Alea Tomás Gutiérrez-Alea  Nelson Villagra Garrido es chillane...