Paul Delaroche |
Entre el montón de fotografiáis que estoy ordenando y
borrando o rompiendo y quemando aparece una con dedicatoria y letra de Miren
Aguirre, como si fuera yo: ... a mi buena "tia"
Teresa, queriéndola mucho.
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La buena tía Teresa,
fue el enemigo acérrimo, la persona más mala y terrible que tuve en mi infancia
.
Está muerta y hasta hoy
no he querido recordarla.
No soy proclive a
ensalzar a los muertos que por morir haya que glorificarles; eso es una virtud
propia de almas insignes que buscan la perfección.
Yo no.
A veces me conforms La
ley de Talión.
Puedo ser pendenciera.
Tengo la memoria larga.
Hay bofetadas
metafóricas y de las otras que ni perdono ni olvido.
Se me atragantan las
injusticias.
Quisiera sentarme para
ver pasar el cadaver de mi enemigo por delante.
Si Dios existe, Él
sabrá qué hacer conmigo cuando nos veamos las caras. De momento no hay prisa
por mi parte para saldar deudas ; antes tengo que escribir y contar, vaciar el
tintero. Limpiar la memoria con garlopa.
Contar. Responder a la
nausea .
Vomitar.
Como esta mañana de
nieve fastuosa cuando las ardillas, una especialmente maciza, se pasean
saltando por las ramas desnudas de las lilas que adornan la ventana de mi
escritorio.
Así ha rebotado mi
sentimiento a un pasado lejano al ver la dedicatoria en la fotografía.
Se llamaba Teresa
E.
Salmantina.
Decían que era summa
cum laude en Derecho Canónico además de monja secular. Vivía con su hermana
Magdalena que estaba tullida
y postrada. Se movía en
las altas esferas de la ciudad.
A través de amigos
comunes, si mal no recuerdo del P. Álvaro Garralda, jesuita, se encontró con
mis padres y empezó a frecuentarlos hasta terminar siendo invitada asidua de mi
madre; a propósito de todo y de nada. Se ponía en trance cuando estaba con
ella. Era como la araña de los rincones.
A Ignacio Zabala, como
le llamaban a mi padre en Castilla, le daba igual con tal de tener
contenta a su santa esposa. Era trabajador infatigable y jugador de
ajedrez empedernido fuera y dentro de su despacho.
Sus amigos y
contrincantes favoritos eran Alberto Íñiguez de Onzoño , Juan María Gandarias,
Miguel de Unamuno ( hijo) , Patxi Altuna, y Rurik de Kotzebue, un conde ruso
que escapando de la U.R.S.S. apareció por la Universidad y en la vida de mi
familia.
La casa nuestra
en Pozo Hilera 1, estaba hecha de piedra de Salamanca y era
preciosa. Una pasarela constante de personajes poco comunes de diferentes
colores de toda índole y turbulencias.
Aquí paro porque noto
que me estoy pasando de historia.
Bien. Decía
que “la buena tía Teresa” se había convertido en la sombra de mi madre.
T, la llamaré T, cuando me resista
nombrar a un personaje tan melifluo con un nombre tan hermoso.
Era una mujer
corpulenta que tendría unos cuarenta y cinco años cuando tomé conciencia de que
existía. Padecía de obesidad glotona y las carnes se le desplazaban al andar
como si tuvieran vida propia.
Tenía el pelo canoso
cortado sin miramientos a la altura de la oreja.
Los ojos saltones y
acuosos de color indefinido entre turbio y azul, sobre todo uno que le lloriqueaba
constantemente. Entonces ella metía la mano en la faldriquera de su
medio-vestido, medio hábito con un rosario enorme colgando a guisa de cinturón,
y se limpiaba.
Pero lo que más me
llamaba la atención era su boca siempre llena de saliva y la voz gangosa.
Era muy fea. Una
fealdad crónica.
El caso es que ella
empezó a mangonear a mi madre, que es mucho decir, y por lo tanto a
todos.
Menos a mí que seguía
interna en Zalla.
Hete aquí de repente
que deciden llevarme mediopensionista al Colegio de Las Esclavas del Sagrado
Corazón en Salamanca; y yo feliz.
Al fin iba a gozar del
mismo privilegio de mi hermano José Ignacio.
Así fue hasta que un
día de Viernes Santo, preparándome para ir a los Oficios a La Clerecía se me
ocurre quitarme los calcetines, igual que el resto de las amigas, haciéndonos
las mayores, y mi madre lo había prohibido;
pero me vieron en la
fila del Comulgatorio T y ella.
No pudiendo hacer nada
ya en la iglesia me esperaron en casa.
Y pasó así.
Madre: Ven
aquí.
Yo: Para qué.
Teresa: Haz lo
que tu madre te ordena niña desobediente.
Yo: Tú no te
metas , no eres mi madre.
Madre: Como si
lo fuera. Ven aquí he dicho.
Fui y me dio un sopapo.
Madre: A ver si
aprendes a no contestar. Eres una rebelde. Fuera de mi vista.
Yo: ( sorbiendo
lágrimas, con el papo rojo), voy a mi cuarto…
Teresa: ¡
Sacrílega ! ¡Indecente!
Yo: ¡Por qué
sacrílega, a ver, por qué sacrílega!
Madre: ¡Begoña
que te calles…!
Yo: No me da la
gana ¡Me está insultando y tú no me defiendes!
¡Que
venga mi padre! ¡ Se lo voy a decir a mi padre!
Mi padre no vino.
Teresa: "Miren
querida, está niña merece un castigo ejemplar para que se acuerde.
No puede
estar en casa. Es una mala influencia.
Es una
sacrílega.
Ir a
comulgar sin calcetines… a la casa del Señor… el día de Viernes Santo…sin
confesarse primero… un escándalo Miren, un escándalo … no lo puedes dejar pasar
por alto.
Es un
sacrilegio.
Si
quieres llamo yo misma a La Madre María Arrupe. Superiora de Las Esclavas, gran
amiga mía para que vaya interna inmediatamente..
Dicho y hecho.
Ese día iba vestida con
una falda escocesa muy bonita, azul marino, verde oscuro, rojo granate y un
cuadro apenas visible de tenue amarillo viejo. Llevaba una blusa color hueso
camisera, chaquetón azul marino y mocasines azul marino también. Coleta baja
con un lazo, pendientes de perlas .
A imagen y semejanza de
una chica bien.
Como si fuera hoy, me
estoy viendo.
Así fue cómo volví al
internado al día siguiente estando a menos de 2 Km de casa.
Pasé tres meses
castigada sin visitas.
Un día mi padre hizo
caso omiso a todas las recomendaciones y apareció con un paquete grande de
castañas asadas..
La Madre María
Arrupe dijo : Váyase tranquilo yo la cuidaré, nos entendemos
muy bien Begoña y yo.
Fui feliz en el colegio
de Salamanca, Paseo del Rollo, 19.
Pedro Arrupe, ( su
hermano), era entonces el General de la Compañía de Jesús, sus detractores le
llamaban el Papa Negro.
Juan Pablo II le
destituyó de su cargo.
Puñetera envidia, digo
yo.
Así que al final de
esta fotografía y de esta página sin filtro, dedicada a mi buena “tía “ Teresa
“ solo queda la letra de Miren Aguirre. Su dedicatoria , que no la mía.
T era así de perversa, celosa e implacable. Estaba enamorada
de un amor imposible que era mi madre.
Conmigo fue una perfecta anormal toda la vida.
Le gustaba levantarme
las faldas cuando pasaba delante de ella.
Y babeaba.