jueves, 2 de febrero de 2017

Palabras insumisas al filo del alba

de bz,  anochecer desde el balcón de los piratas





No podía más de frío, un frío inhumano. Era todavía de noche a menos veintitrés con calefacción a temperatura confortable. Pero ella no podía entibiarse.
Atizó el fuego de la chimenea y quemó ramitas de eucaliptus.
Miró la palidez del cielo que presagiaba otra tormenta de nieve.
Volvió al teclado .
Si dejaba para más tarde las palabras que en ese momento brotaban a borbotones quedarían prisioneras o se desvanecerían para siempre enredadas, silenciadas a la fuerza, disfrazadas, convertidas en cabos dispersos buscando el final del laberinto.
Se levantó un momento para encender todas las luces de la casa, rellenó la copa de Carolans puso música y envuelta en un chal de lana de Arán, siguió escribiendo.
Tiempo, era la última palabra escrita antes del sobresalto y del frío intenso.
Si fuera posible volver atrás, reeditar el tiempo, el tiempo, y excepcionalmente arrepentirse del tiempo dilapidado, regalo al mejor postor.
Sublevarse.
Lo demás no importaba nada, nada de lo demás.
Soliviantarse. No se conformaría nunca.
Fue hasta la puerta abierta de su escritorio. Hubiera jurado que unos pasos se acercaban sigilosamente al mismo tiempo.
Seguramente sería el ritmo desacompasado de su pensamiento en la zona ambigua donde queda al aire el temor indefenso.
El atraganto.
Así que regresó al teclado o quizá a la cuna donde ruge la mar y el verde austero perturba los sentidos.
Volvería sin querer a las mareas que la mecieron, a la congoja cuando una ola verde de cristal la arrebataba en su cresta esplendorosa, tan enorme era que llegaba al cielo y se detenía un instante cuando empezaba a romper cayendo al vacío su cabellera de espuma y la doncella de salitre bailaba descalza entre las teclas de un piano de cola en el agua.
Otras veces al anochecer  aparecía la ola fantasmal que desde Izaro hasta las peñas de Errandosolo avanzaba y avanzaba vertiginosa amenazando con engullir a la niña pequeñita que jugaba con las algas y estaba sola.
Pero siempre estaba sola.
No miró atrás cuando presintió a la bestia detrás de ella.
No podía gritar ni llorar. No podía escapar. Ni llamar a nadie, ¿ a quién llamaría?.
Al final, haciendo un supremo esfuerzo se daba la vuelta y la miraba, y al mirar la ola se desvanecía en el abismo profundo de la mar y la niña pequeñita se despertaba con el latido doloroso y enloquecido de su corazón.

Solamente son palabras subversivas que al fin susurran apacibles al filo del alba.



“ tête à tête “ con Nelson Villagra Garrido para La Revista CineCubano

Nelson Villagra Garrido  ( El Conde ) en  La Última Cena,  de Tomás Gutiérrez-Alea Tomás Gutiérrez-Alea  Nelson Villagra Garrido es chillane...