domingo, 11 de junio de 2017

Hojas de bohemia


Hojas de bohemia



Me acabo de acordar de que el 11 de Junio de 1969, es decir  hace  un montón de años, llegué a estos lares que me quisieron, a quienes quiero con amor profundo.
Aparecí  creyendo que los Mohawk corrían a caballo todavía por las praderas que mi casa aquí sería como cantaba Connie Francis: “  una casita chiquitita en Canadá, con un estanque y flores…”

La realidad fue muy diferente, ni estanque ni flores. Hacía un calor espantoso,  creí morir del sofocón nada más aterrizar.
Para el viaje me vestí a gusto de mi madre de Bilbaina vertical y cosmopolita, estilo invierno; traje de chaqueta de tweed, botas y gabardina.
Me fui quitando ropa en el aeropuerto de Dorval, que ahora se llama Pierre Elliot Trudeau, hasta que  prácticamente  me convertí en Eva al desnudo.

La estadía aquí iba a ser por poco tiempo en principio; dos años máximo.
Mi primer marido, cirujano del corazón, vino a especializarse con Pierre Grondin en el Instituto de Cardiología de Montreal. Por eso estoy aquí. 
Mejor dicho por eso vine. 
Pierre Grondin era junto con Christian Barnard el único cirujano que hacía transplantes.
Cuento corto de historia larga, después no le dejaron marchar. 
Ha hecho de su profesión un Arte.

En Montreal han nacido  mis tres hijos y cuatro nietos. La quinta nieta es Británica. 
Y aquí sigo con cero ganas de marchar a ningún  sitio que no fuera Escocia, Gales.  
Cornwall donde nos esperara Merlin. 
¿Existirá Camelot? 
Y por supuesto iría a Brighton ayer mejor que mañana.

Como iba contando, en aquel tiempo, al principio ejercí de esposa, madre y anfitriona pluscuamperfecta; me felicitaba mucho la familia, oh dios .
Conocí personajes de toda índole. Mi vida social agitada sería  herencia de mis padres supongo .
Mi casa era  una Embajada a veces, un Consulado otras. Doy fe.
Era de verdad Naciones Unidas.
Tenía sus inconvenientes pero me encantaba la bohemia y hacer de las noches días. 
Siempre había alguien interesante en casa. No me cansaba nunca. 
Mis hijos lo pasaban genial. Todavía se acuerdan. Nunca les dije, no rompas,  no estés, o pórtate bien. Nunca. Cuando Lourdes y yo les metíamos a la cama, bajábamos con los demás para jugar al Mús, al ajedrez, al poker. A lo que fuera con tal de quemar la vela por los extremos. 
Fumaba, tomaba champagne no diré como quien bebe agua, pero casi; mi padre traía de Bilbao, especialmente para mí cajas y cajas de Royal Carlton. Y venía verme por los menos dos veces al mes durante más de veinte años. Hasta que murió. 
Era encantador; una persona muy especial.  
A lo que iba.
Recuerdo que uno de los ilustres personajes que habitaron mi casa con frecuencia, un hombre simpatiquísimo por cierto, mundano, gracioso, apareció acompañado de su esposa y una doncella. Temprano por la mañana les llevaba a los tres  a misa y a comulgar.  
A la tarde le gustaba que le acompañara a ver películas porno. No olvidaré El Bolero de Ravel, rue Ste. Catherine. En la pantalla todo pasaba en sombra detrás de una sábana que iba cambiando de color. Aquel Bolero largo de por sí, fue interminable. 
Me dormí. Abrasaba la tarde.

Hoy igual que entonces hemos llegado a treinta y ocho grados  centígrados.
Es el único parecido.
Mis hijos son padres. La tribu es grande y bonita. Llega hasta Inglaterra. Mundaka. Chile. New York.
Estoy dichosamente casada hace 30 años con Nelson Villagra, 
Y yo al fin sé que puedo ser imperfecta. 
Begoña, sin más. 
Ahora muchos años más tarde del 11 de Junio de 1969, lo recuerdo como si estuviera viendo una película protagonizada por actores desconocidos.  

El silencio de la nieve limpia el alma.

Los colores sin fin del Otoño Mohawk se apoderan del sentimiento.

Quoi d´autre?

Oui ! Québec je me souviens!

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