sábado, 1 de septiembre de 2018








NOTAS SUBVERSIVAS PARA UN TANGO APASIONADO.

 

Sintió mucho frío de repente. Se levantó, paseó por la casa, miró por la ventana y se quedó extasiada contemplando el cielo blanco que presagiaba tormenta de nieve. 
Luego volvió al escritorio, al teclado. Si lo dejaba para más tarde para otro momento, las palabras podrían quedar prisioneras, silenciadas, enredadas en la madeja del tiempo y se convertirían en cabos sueltos perdidos buscando el final del laberinto. 
Miró atrás buscando el porqué del escalofrío súbito en la espalda, la razón de algo impreciso. No había nadie. Envuelta en suave jersey de lana de Arán, siguió escribiendo. Tiempo era la última palabra antes del sobresalto. Tiempo. No volver nunca atrás. No arrepentirse de nada
. Quizá únicamente del tiempo perdido. Lo demás no. Sólo el tiempo que había dilapidado regalándolo a destajo relegando la propia vida. Qué necia. Lo demás no importaba. Lo demás no. Nada de lo demás. Sólo el tiempo. Sólo el tiempo irrecuperable. Todos dormían plácidamente. 

Se acercó agitada hasta el quicio de la puerta abierta de su despacho. Hubiera jurado que unos pasos se acercaban otra vez despaciopero no había nadie. Seguramente sería el ritmo sobresaltado de su pensamiento. La zozobra. El frío más allá del frío que cala el tuétano. Un atraganto lacerante. Tres Colores de Zbigniew Preisner llenaría la oscuridad que precede el amanecer. Música. Sosegada regresaba al susurro de las mareas y soñaba con una ola verde de cristal que la arrebataba en su cresta transparente. Tan enorme era que llegaba al cielo. Allí se detenía un instante apacible y rompía en cascada blanca como si fuese un velo de novia. Descalza sobre las teclas de un piano de cola que coronaba la ola detenida, bailaba la doncella. Su cabellera de miosotis azules flotaba al amanecer. Otras veces aparecía la pesadilla, siempre la misma desde niña, cuando una ola gigantesca y oscura nacida de lo más profundo del Cantábrico amenazaba con devorarla mientras jugaba con el agua que baña las peñas de Errandosolo. Ella se tapaba los ojos para no ver. No morir. Agotada de tanto luchar haciendo un esfuerzo supremo al fin se dio la vuelta. No sabría decir si fue un gesto instintivo o para entregarse a la fatalidad de la ola. Al mirarla se desvaneció en el abismo infinito. 


Preisner seguía con ella y ella con él.   

La nieve iluminaba el alba. Se dejó llevar por las notas subversivas de aquel tango apasionado. 

 

“ tête à tête “ con Nelson Villagra Garrido para La Revista CineCubano

Nelson Villagra Garrido  ( El Conde ) en  La Última Cena,  de Tomás Gutiérrez-Alea Tomás Gutiérrez-Alea  Nelson Villagra Garrido es chillane...