| Itxas-Begira desde El Balcón de los Piratas,
 Entonces,
 fotografías y collage de bza
 
 
 
 Ayer, después de un largo viaje llegué particularmente cansada a la cama, la cama de mis quince años en la casa familiar de Mundaka por primera vez en la vida sin los padres. Me ahogaban las lágrimas  asomada  a la ventana de las ausencias buscando  dónde terminaba el cielo y dónde empezaba la mar.Quisiera que el tiempo transcurrido  sujetara las riendas de emociones y huellas.  Creí haber forjado el alma de manera que ni la más certera estocada pudiese causar la herida. Creí estar curtida por haber recorrido ya mucho trecho del camino. Creí estar de vuelta de algunos sobresaltos. A la postre era únicamente un ejercicio recurrente, quizá otro viaje  agridulce; círculo que no se cierra aún cuando nada pase que no haya pasado ya. Descansar es lo que ansío. Descansar.Por la ventana de par en par abierta el murmullo de la mar  al alcance de la mano inunda el espacio de nombres y recuerdos.  He vuelto a mi casa de Mundaka con la coraza puesta y  con la agobiante sensación  de  llevar a rastras  despedidas a destiempo, horas perdidas que no se pueden reeditar, otras que  faltaron, aquellas que sobraron siempre. Las horas emboscadas.Pesa en el aire la presencia de los que se han ido. Pesa el silencio de las piedras que  desde sus cimientos susurran.  Escribo chapoteando en la memoria  como chapoteaba entonces, de niña, esquivando algas en la marea baja de Ondartzape zarandeada por la resaca. Recuerdos, enfermedad incurable de la memoria en vaivén.   Mesas, flores, sofás, la chimenea, los libros en la biblioteca de arriba,  el piano. Mi piano. El taburete. Faltan las manos de Mirentxu  y la Sonata 14 de Beethoven en nombre de Nelson y de nuestra tribu, velando las cenizas de mi padre.  El  teclado sigue en silencio esperando que la música vuelva a este barco-caserío.  De su antigua  belleza magnífica  queda poco en comparación. Falta el columpio.La mirada sigue el  compas de la olas, luego vuelve a descansar en  las anchas maderas de Guinea que siguen adornando a pesar de todo suelos y terrazas.  Los muebles, los cuadros, los colchones de lana vareados y secados al aire tan cálidos son los mismos.   Las  alfombras conservan el salitre de las olas.  El aroma del tiempo transcurrido se mezcla con nuevas vidas amadas.    Los cientos de cristales de la lámpara del comedor  reflejan la luz de antes  cuando nos reunimos a la hora de cenar y celebramos. Otras veces las raíces del viejo caserón se tiemblan de tristeza como si echaran en falta a quienes las amaron  y les dieron vida.Esta tarde  he ido a Gernika  a encontrarme con un querido amigo de toda la vida. Nos hemos sentado en cualquier banco de la Plaza del Mercado, como tantas veces antes, mientras un acordeonista un pocomás allá , en otro banco, tocaba el vals  Sobre las olas. He vuelto a casa  en tren cuando el Urdaibai duerme. Un sirimiri fino me abraza al llegar a Mundaka.  Imposible negar un ramalazo de pertenencia. No podría. Ni quiero.  Asuntos del sentimiento.  |