Cada vez que vuelvo a Mundaka me pasa igual que a las mareas que suben, bajan, se atraen y
repelen con la misma fuerza. Echo en falta estar sencillamente estar sentir el latido del corazón de las gaviotas y como una más entre ellas dejarme llevar sin oponer resistencia. Posarme en el tejado rojo con
musgo de esta casa.
Mientras escribo las olas saltan bañando las peñas de Errandosolo desde el abismo que las
contiene.
Hay mar de fondo.