Isidora Aguirre Tupper collage de bz |
Isidora y yo en su casa de Santiago y la nuestra de Montreal pasábamos horas muertas hablando de amores, de romances, de historias imposibles propias y ajenas, de literatura de teatro de cine. Qué placer escucharla. Diríase que no necesitaba respirar ni tomar resuello, únicamente le importaba contar, la hubiese escuchado eternamente. Mujer pícara, brillante, sensual, mundana, seductora. Se quedaba en nuestra casa siempre que pasaba por Montreal cuando dirigía alguna de sus obras; otras veces venía a dar conferencias. Fue un placer. Nelson y ella se admiraban mutuamente se tenían gran estima. Al recordarla ahora vuelve como entonces .
Isidora tenía bellos ojos oscuros de pestañas aterciopeladas. Era chiquita y hermosa. Le gustaba escribir en la cama entre almohadones y montañas de libros donde hacíamos las tertulias.
Con frecuencia íbamos las dos a la ópera, al ballet. Otras veces nos acompañaba Jaime. Después de la función íbamos a hacer tertulia con Isidora, tomábamos una copa, tarde a la noche llevaba a Jaime a su casa. Al día siguiente aparecía con un ramo de rosas que dejaba en la portería en algún momento del día con una dedicatoria que decía: " Red roses for a Blue Lady..."
Isidora me contaba de sus amores, los conocidos, los clandestinos, todos. Sus amigos en Paris. Entraba en trance recordando la mirada verdosa de Gérard Philipe que hacia estragos. Conocía bien a Ionesco, Picasso, Aragón. Camus. Brecht. Roque Dalton. Hablaba de ellos como si los acabase de dejar en un Bistro de Montmartre, amaneciendo.
Isidora y yo fuimos amigas naturalmente como agua que fluye. Dos Aguirres somos ramas del mismo árbol, le gustaba decir. Son tantos los momentos memorables. El primero que viene a la memoria es el de una noche de calor tropical en Montreal cuando las dos nos metimos en la piscina desnudas, mientras mis hijos dormían. Pesaba como plomo el aire sofocante.
Nadie podría sospechar que después de estar meses y meses sepultados en hielo y nieve, en verano se puede derretir hasta el asfalto.
Antes de quitarse la ropa y saltar al agua Isidora pidió que no la miráramos, le daba mucha vergüenz, dijo, sobre todo por Nelson que tranquilamente se balanceaba en una hamaca.
No me mires, por ningún motivo me mires ... todo cae, nada se sostiene m´hijito ... y se reía.
De repente gritó y suspiró hondo. Suspiró tan fuerte que instintivamente miramos creyendo que pasaba algo. Allí estaba ella, Venus esplendorosa asomando entre los abedules luciendo su cuerpo armonioso, su delicada palidez. Feliz, desnuda al fin ante su admirado amigo, paseó al borde de la piscina hasta el agua mostrándonos sus rodillas perfectas, su todo en su sitio, estupenda; contoneándose.
Recuerdo así mismo la risa contagiosa de las dos, nadando y jugando con el agua, ingrávidas.
No he olvidado tu estilo Isidora Aguirre, tu gracia. La inocencia.