Esta mañana igual que todos los días
me he levantado a las seis y he bajado a la terraza con la intención de pasar
un momento en el jardín entre árboles y flores y luego escribir. Después leer. Hoy nada de eso he hecho. Hoy, aquí comienzan las
intimidades, he sacado un frasquito de cera y lo he puesto a
calentar.
Mientras leía absorta el capítulo tercero de El espía perfecto de John Le Carré a dos pasos de la cocina, todas las alarmas de casa han empezado a silbar sin parar igual que en la guerra supongo, más raro aún en esta calle corta y silenciosa que va a la Rivière des Outaouais.
Una nube de humo espeso salía de la cocina. La cera esparcida por la chapa había formado una
masa viscosa parecida a caramelo derretido.
Frenética he tratado de apagar la fogata primero y la alarma después sin éxito.
Acto seguido he recibido una llamada roja de la central ADT advirtiendo que los bomberos venían en camino y la policía por si acaso.
Nelson dormía a puerta cerrada ausente total de lo que estaba pasando.
Suele decir que tiene sueño ligero. He preferido no atragantarle a hechos consumados.
He cubierto cuatro frentes, cuatro, que tiene esta santa casa.
he subido y bajando mil veces, abriendo, puertas, ventanas para dejar salir el humo tratando a la vez de
desconectar tres alarmas en diferentes puntos estratégicos que sonaban a
intervalos de diez segundos.
Han aparecido
catorce bomberos elegantísimos con hachas y mangueras de agua dispuestos a derrumbar muros y murallas. De manera que he salido a recibirles en plan Scarlette
O´Hara en las escaleras de la entrada con la mejor de
mis sonrisas diciendo que no pasaba nada en realidad, que lo único que
deseaba era silenciar las alarmas, que sentía mucho haberles hecho venir por una bobada.
Madame, je vous en prie ! ha dicho sonriente uno de ellos, estilo Cyrano.
Han pedido permiso para verificar toda la casa. Decían que
muchas veces son incendios provocados para cobrar suculentos
seguros, por eso verifican hasta el
último rincón descartando posibilidades. Total que hemos pasado hora y
media juntos. Ellos vestidos de pasarela Dior. Yo, mejor ni decir. Nelson seguía feliz en brazos de
Morfeo.
Monsieur votre mari
est ici, Madame, à la maison ? han preguntado los bomberos antes de irse. Oui bien sûre ! ... Mais non ! ... C´est ca ! Non ! ... Comprenez-vous ? Il dort.
Los bomberos perplejos se han ido en su camión rojo, reluciente, limpio como el coral, igual que de juguete pero en grande. Chistoso percance sin drama, por suerte.
Al final de la aventura Nelson ha bajado a desayunar y yo he corrido al espejo a
mirarme, mejor dicho para verificar con qué ojos me habrían visto los demás.
Bien, todo bien, dadas las circunstancias no espléndida, pasable.
Melena al viento, bata de seda color natural, a medio vestir conservaba de todos modos todavía los ojos pintados desde anoche. Eso y un cierto estilo Blanche Dubois de sensual descuido, ha dicho Nelson. Pintarme es la penúltima ceremonia del día, por si acaso. Nunca se sabe cuándo concluye el Acto Primero y Único.