Isidora Aguirre Tupper collage de bz |
Isidora Aguirre Tupper me regaló la traducción al castellano de Balançoire, un monólogo teatral mío, escrito en francés.
Le gustó. Tuve mucha suerte. Mucha suerte porque no acostumbraba a hacer cosas así. Ella era la escritora y yo la escribidora.
Pasábamos las horas muertas hablando de literatura de teatro de cine de amores y de romances, de historias imposibles propias y ajenas.
Qué placer escucharla. Diríase que no necesitaba respirar, ni tomar resuello, únicamente le importaba contar, la hubiese escuchado eternamente. Qué mujer. Era encantadora, pícara, entretenida, sensual, mundana, seductora.
Notable intelectual. Dramaturga. Gran escritora.
Vivía en nuestra casa siempre que pasaba por Montreal cuando dirigía alguna de sus obras. Otras veces venía a dar conferencias.
Para nosotros fue un placer haber intimado tanto, compartir espacio y tiempo.
Su relación artística, su amistad con Nelson venía desde Chile. Ella le admiraba. Él lo mismo.
Ahora echo en falta su vida. Era una persona buena. Íntegra.
Cuando evoco su nombre cuando la recuerdo regresa conmigo, el tiempo de la memoria.
A La chica Aguirre como le decían sus compatriotas, preferí llamarla Isidora. Es un nombre sereno y poético.
Isidora... Isidora tenía unos ojos oscuros enormes de pestañas aterciopeladas y brillantes. Era chiquita y bien hecha. Hermosa. Lo que se llama una mujer interesante. Le gustaba escribir en la cama entre almohadones y montañas de libros, donde hacíamos las tertulias.
Con frecuencia íbamos las dos a la ópera al ballet. Otras veces nos acompañaba Jaime. Después de la función tomábamos una copa y los llevaba a casa, en Santiago de Chile, la nuit ! Era su chófer preferido. Al día siguiente me encontraba con un ramo de rosas en algún momento del día y una dedicatoria que decía: " Red roses for a Blue Lady..."
Isidora me contaba de sus amores, los conocidos, los clandestinos, todos. Sus amigos en Paris. Entraba en trance recordando la mirada azul-verdosa de Gérard Philipe que hacia estragos. Conocía bien a Ionesco, a Picasso, Aragón, a Camus. Le encantaba Camus. Brecht. Roque Dalton. Hablaba de ellos como si los acabase de dejar en un Bistro de Montmartre, amaneciendo.
Isidora y yo fuimos amigas como el agua que fluye. Con la misma claridad.
Dos Aguirres somos ramas del mismo árbol, solía decir.
Compartíamos apellido y otras excentricidades.
Estar con ella significaba aprender apasionadamente, sabía mucho. Mucho. Nunca improvisaba.
Son tantos los bellos momentos.
El primero que viene a la memoria es el de una noche de calor sofocante en Montreal cuando las dos nos metimos en la piscina desnudas mientras mis hijos pequeños dormían. Pesaba como plomo el aire. Nadie podría sospechar después de estar sepultados en hielo y nieve medio año, que en Agosto aquí se puede derretir el asfalto.
Antes de quitarse la ropa y saltar al agua Isidora pidió por favor que no la miráramos, le daba mucha vergüenza parece ser, sobre todo por Nelson que tranquilamente se balanceaba en una hamaca.
No me mires, por ningún motivo me mires, dijo, a los sesenta y ocho años todo cae, nada se sostiene m´hijito ... y se reía. De repente gritó y suspiró fuerte. Suspiró tan fuerte que instintivamente miramos creyendo que pasaba algo.
Allí estaba ella, Venus esplendorosa asomando entre los abedules luciendo a placer silueta, su cuerpo armonioso, su delicada palidez. Feliz, desnuda al fin ante Nelson Villagra, paseó al borde de la piscina hasta el agua luciendo rodillas perfectas, pechos en su sitio, estupenda, contoneándose.
Recuerdo así mismo la risa contagiosa de las dos nadando y jugando con el agua, ingrávidas.
No he olvidado tu estilo Isidora, tu gracia. La inocencia.