Ogoño, de Pedro Zarrabeitia |
El peñón de Ogoño surge de lo más profundo del Cantábrico.
Un abismo que mira a la mar desde el cielo, desde sus cavernas y laberintos donde las olas rompen y protegen la fortaleza de roca milenaria.
Dicen Los cazadores de estrellas de Izaro y Errandosolo que Piratas y Lamias se disputan el trono de Ogoño desde que se enfrió el planeta.
Cuentan que en el fondo de la mar donde nadie, salvo ellos llegan, hay un castillo de coral, paredes tapizadas de piedras preciosas y algas de caprichosos colores, donde abundan percebes, ostras, lapas y magurios para hacer grandes festines.
Dicen Los cazadores de estrellas de Izaro y Errandosolo que Piratas y Lamias se disputan el trono de Ogoño desde que se enfrió el planeta.
Cuentan que en el fondo de la mar donde nadie, salvo ellos llegan, hay un castillo de coral, paredes tapizadas de piedras preciosas y algas de caprichosos colores, donde abundan percebes, ostras, lapas y magurios para hacer grandes festines.
La mar en Ogoño es azul-negra, más negra que azul, muy densa.
Una vez en Madalenas, me eché al agua de cabeza desde la embarcación, allí mismo, quería presumir de valiente, hacer una gracia y fue pavorosa la zambullida. Tuve la sensación de que algo me arrastraba hasta el fondo de todos los fondos para llevarme al abismo de la mar. Salí de estampida.
Desde el balcón de los piratas en casa a buen recaudo, Ogoño hipnotiza con su belleza hecha de luz y de penumbra.
Vigilante.
Vigilante.