Ballets de St. Petersburgo |
Una actriz aspira febril el neopreno impregnado en el yeso de la máscara y no hay tiempo; no hay remedio antes de que suba el telón.
“No dejes que nadie te haga la máscara, de ninguna manera, no dejes que nadie te haga la máscara. Es una trampa”, había dicho James antes de que fuese demasiado tarde.
Era ya demasiado tarde.
Inclementes otras fuerzas intrigan contra esa mujer en parajes remotos. Sombras del mal camufladas entretelones.
No vayas. No vayas, grita el más común de los sentidos.
Imposible ya volver atrás .
A solas con su personaje se arrastra hasta el escenario.
El yeso envenenado abrasa y se pega a la piel como una garrapata quemándola por dentro, quemándo la sangre que inunda todo en su avalancha. Desbordándose.
Telón. Telón.
La saliva. La lengua. Las palabras.
La capa.
La máscara de la muerte sostiene sonriendo una rosa rosa entre los labios.
Canta.
El público aplaude seducido, enamorado de ella.