by Jack Vettriano |
Hoy el pasado en Inglaterra vuelve desde cada uno de mis diarios.
Cuando me fui, llorando debiera decir, creí que nunca volvería a vivir Camelot.
Ahora de vuelta otra vez aquí estoy paseando por los paisajes donde antaño estuve, Strattford-on-Avon.
¡ Wimbledon! cuando vivía allí e iba todos los días al cine, una sala diminuta y cómoda, acogedora, antigua, con palcos. Primero fue teatro.
Presentaba únicamente películas de los mejores autores ingleses.
Sin duda Shakespeare en sesión continua. A veces me acompañaba una amiga de Liverpool. Se llamaba June.
¡June! eternamente enamorada. En esa época estaba loca por Paul McCartney.
Se peinaba como él, imitaba su voz, su mismo acento.
Era una obsesión, una pasión más allá de cualquier expectativa real pero ella que pensaba todo lo contrario se lo tomó a pecho. Tapizó su dormitorio con fotos de Paul.
Yo prefería a George Harrison. Dadas las circunstancias mi elección importaba menos que nada en comparación. Las monjas que dirigían la residencia no nos dejaban salir solas a la noche, de modo que a mí pesar acompañaba a June al London Palladium donde comenzaban a presentarse Cliff Richard and the Shadows, The Rolling Stones, Cilla Black, The Beatles, y empezaban a hacer estragos.
Juraba mi amiga que Paul nos habría distinguido desde el escenario entre cientos y cientos de admiradoras. Juraba June que había un beso para ella, mirándola. Segura estoy de su wishfull thinking.
En otro concierto June se puso en trance, lloraba, sollozaba hasta que plaf, caía al suelo semi desmayada, semi-orgásmica, pienso ahora y se mesaba los cabellos repitiendo sin aliento Paul! Paul!
No sabía que hacer con ella, me dio un ataque de risa de esos iimparables. June no merecía esa frivolidad. Quizá fue un ataque de ansiedad al verla poseída de tal manera por el de Liverpool. Después me acostumbré a hiperventilaciones varias, suspiros y lamentos de amor. Una noche volviendo a casa, agitada todavía, después de sus desahogos, le pregunté en mala hora, ¿qué te pone tan fuera de órbita , tan insoportable? por qué vociferas de esa manera June, me sofocas. Quise apaciguarla argumentando que un amor tan quimérico no podría más que hacerla sufrir. Masoquista, June, eso es ser masoquista le dije.
En otro concierto June se puso en trance, lloraba, sollozaba hasta que plaf, caía al suelo semi desmayada, semi-orgásmica, pienso ahora y se mesaba los cabellos repitiendo sin aliento Paul! Paul!
No sabía que hacer con ella, me dio un ataque de risa de esos iimparables. June no merecía esa frivolidad. Quizá fue un ataque de ansiedad al verla poseída de tal manera por el de Liverpool. Después me acostumbré a hiperventilaciones varias, suspiros y lamentos de amor. Una noche volviendo a casa, agitada todavía, después de sus desahogos, le pregunté en mala hora, ¿qué te pone tan fuera de órbita , tan insoportable? por qué vociferas de esa manera June, me sofocas. Quise apaciguarla argumentando que un amor tan quimérico no podría más que hacerla sufrir. Masoquista, June, eso es ser masoquista le dije.
Y le sentó a cuerno. Me acusó de fría, de insensible de frígida. Bobilongadas dije por lo bajo. Quizaá June tuviese razón. A fin de cuentas qué sabía yo de mí misma con certeza que no fuera mi nombre.
Saberlo no podría, aunque quisiera, hasta dentro de mucho, mucho tiempo por tradición y costumbre. Por religión y creencias. Hasta la Santidad del Matrimonio, que decían. Quizá. O quizá nunca en auqellos tiempos de castidades impuestas a machamartillo. Como les pasó a tantas mujeres antes que yo
Saber, significaba haber pensado, haber imaginado, haber deseado haber probado. Y por lo tanto haber pecado. Pecado mortal contra el sexto Mandamiento. Y contra la familia. Y contra las buenas costumbres .Contra corriente , congtra todo. Es decir confesionario, grave ofensa a Dios, vergüenza. Alma atormentada escrita en la frente. Escrúpulos de conciencia.
June era en ese sentido el polo opuesto, el colmo de la modernidad.
Tenía mucho de lo que carecía yo en el afán de ser, femme fatale. Aunque fuera en broma. .
El precio de la época, de la religión, de la familia, la mía, era no recorrer ese camino escabroso, le gustaba decir a mi madre. Escabroso. Pecaminoso. De perdición. De oprobio.
Oh deshonor entre las piernas de una, situado
Tenía mucho de lo que carecía yo en el afán de ser, femme fatale. Aunque fuera en broma. .
El precio de la época, de la religión, de la familia, la mía, era no recorrer ese camino escabroso, le gustaba decir a mi madre. Escabroso. Pecaminoso. De perdición. De oprobio.
Oh deshonor entre las piernas de una, situado
Para colmo aquella noche del concierto después del rifirrafe con June al tomar el metro hacia Wimbledon, topamos con la gota que desbordó el vaso. Era tarde. Bajábamos las escaleras mecánicas interminables al andén que nos correspondía. Al final de la cinta mecánica un hombre con gabardina y sombrero estaba plantado, quieto, demasiado quieto para cosa buena y me entró el miedo. Iba la primera de la fila así que dí la vuelta y empecé a subir rápida por la correa que bajaba, tarea difícil ccn piernas como de trapo, con el corazón agitado. Y encima de morros con June.
Debajo de la gabardina el caballero impasible estaba desnudo luciendo atributos agarrando a dos manos las barandillas de la estrecha escalera. Ya no daba tiempo a escapar, estábamos llegando. Entonces el estrafalario personaje se hizo a un lado y nos dejó pasar sombrero en mano, lanza en ristre. Allí quedó supongo merodeando en busca de alguna víctima más apetitosa que nosotras. Supongo digo porque en la escapada no miramos atrás.
Debajo de la gabardina el caballero impasible estaba desnudo luciendo atributos agarrando a dos manos las barandillas de la estrecha escalera. Ya no daba tiempo a escapar, estábamos llegando. Entonces el estrafalario personaje se hizo a un lado y nos dejó pasar sombrero en mano, lanza en ristre. Allí quedó supongo merodeando en busca de alguna víctima más apetitosa que nosotras. Supongo digo porque en la escapada no miramos atrás.
Nunca más acompañé a June al London Palladium. Ni ella a mí al cine. Llegamos muy cabreadas las dos a la residencia. Muy. La mala uva duró un tiempo hasta que ella se aburrió de amores improbables con Paul, y las dos nos cansamos de estar de morros. Era salerosa y buena. Me perdonó el ataque de risa y el desaire de no haber llegado al extásis con "I want to hold your hand… I want to hold your hand …"
Por esos recuerdos y esas risas te quiero June.
A la luz de las velas en la quietud de Stratford-on-Avon, hoy el tiempo no tiene edad.
Esta noche mi amado y yo hemos cenado con el autor de Romeo y Julieta
I love you, William!