collage mío |
Desde donde escribo he visto que el camino hasta el lago y las ardillas se han engalanados de blanco.
Ningún sonido, ninguna huella tan sólo un resplandor en la oscuridad creciente del anochecer.
Por estas fechas a punto de invierno suelo contemplar cómo cae la nieve y vuelve con ella la alegría perdida con la última hoja de Otoño que arrastra el viento del Norte.
La nieve llena sin esfuerzo la memoria de lo peor y de lo mejor vivido aquí lejos de mis raíces, lejos de lo que creía imprescindible para respirar, lejos de costumbres y creencias, lejos de todo. Lejos de mí misma muchas veces tuve miedo de morir de ausencia. Era muy joven demasiado vulnerable, presa fácil de los depredadores, de la vida y sus circunstancias en este norte. No me daba cuenta de que cuanto más abriese las alas mejor era. No sabía que podía ser a la vez ancla y eslabón, que tenía derecho a dormir en paz con mi alma. Que no olvidando de dónde venía no importaba tanto dónde estaba. O dónde iba.
En este momento, el presente esquivo, será pasado ya antes del punto.
Con la primera tempestad este país una vez más vibra en mí como vibran cuerdas bien templadas del arpa.
Este sigilo, este modo de ser este frío salvaje, de llorar a veces, va seduciendo poco a poco doblegando resistencias. Avalancha desbordada, incomparable esplendor.
Mon pays ce n'est pas un pays c'est l'hiver ! Mon jardin ce n´est pas un jardín c´est la plaine, escribe y canta Gilles Vigneault.
Et je me souviens encore une fois.