Ballets Pina Bausch |
No se veía un alma. La tempestad de nieve había hecho estragos inutilizando carreteras sepultando coches, bloqueando la entrada de las casas, paralizando la ciudad.
Fuencisla tuvo la sensación de haber caído atrapada en una de esas bolas de cristal que al agitarlas el paisaje interior no tiene principio ni fin. Hacia poco tiempo que había llegado de parajes verdes donde la mar desafía cualquier belleza imaginable.
Quizá nunca más regresaría.
Ese recuerdo la obsesionaba tanto que aquel día decidió no recordar más. Nunca más. Decidió no volver a escribir a nadie, rompía las cartas sin abrirlas. Decidió cortar de una vez con todo. To cut! Couper ! Abrazar el olvido acallar cualquier vestigio del pasado. La nieve enmudece el eco, congela el llanto. Sepulta. Convenía sumergirse en el sigilo blanco inmaculado.
Perderse.
Mejor rechazar como un mal pensamiento lo que se ha dejado.
No volver nunca más al punto de partida. No mirar atrás.
Lograría sin duda con el tiempo deshacerse de algunas raíces insidiosas que secuestra la memoria.
Esa clase de memoria.
Se levantó de un salto. Horas antes había abortado de repente, sin querer, estaba sola, profundamente sola. Se puso el abrigo, la bufanda, los guantes el sombrero, y las botas sin calcetines. Los calcetines que aprisionan tanto los pies dentro de la bota.
Bajó precipitadamente las escaleras hasta la puerta que estaba bloqueada por la tormenta. No podía abrirla pero tenía que salir. Salir y respirar. El corazón latía a golpes queriendo escapar del pecho. A empujones, a punto de desmayo consiguió tragar a bocanadas el aire. El aire. Sangraba. Se ahogaba.
Siguió camino al hospital en la calle desierta. Enfundada en los jeans negros las manchas delatoras no se verían.
Lloraría después. Quizá más tarde, lloraría.
Mientras avanzaba contra la tempestad un golpe terrible por detrás en la cintura la derribó al suelo. Era un coche retrocediendo en la tormenta. Se arrastró a ciegas apenas unos centímetros tratando de escapar del Chrysler Valiant descapotable que la hubiese partido de no haber sido por un movimiento instintivo y preciso. Grito pero la nieve sofocaba la voz. Las ruedas iban pasando por encima de las piernas de las rodillas de las caderas.
Recuerda el dolor.
Murmuró al aire sin que nadie la escuchara, no fuera más que para oír una voz, la suya misma repitiendo bocabajo no quiero morir ... no quiero ... aplastada ... sin calcetines ...pensarán que estoy loca ... sin calcetines. Imperdonable ... iba sin calcetines ... en plena borrasca...a quién se le ocurre ... dirán ... siempre dicen algo ... siempre... hablan por hablar... algo ... murmullos ... no quiero morir se dijo ella ... por decir... murmullos..,
Quien iba al volante solo vio el estrago cuando la atropelló también con la rueda delantera. Era un hombre joven repartidor de la única farmacia en el pueblo perdido en la desembocadura del St.Laurent. Daba alaridos pidiendo ayuda, desesperado, sin saber a quién invocar, qué hacer.
El vendaval cubrió de blanco gritos y silencios.
Una humedad caliente se iba esparciendo formando surcos profundos alrededor de ella encharcando la blancura
y en la nieve, más roja que nunca brillaba la sangre.